jueves, 31 de diciembre de 2015

Gracias a todos... Feliz Año Nuevo

     Hoy le doy gracias a Dios y a todos quienes pacientemente me leyeron durante esta segunda mitad del 2015. Gracias por acompañarme en este viaje interior que emprendí, y aunque sola, sabía y contaba con su silente compañía. Gracias a Dios por mis amigos y amigas, y por todas las personas, en especial a mi ángel de la guarda, quienes me auxiliaron con sus oraciones y su escucha.
       Gracias a la vida que me ha dado tanto... decía la poetisa... me ha dado la risa y me ha dado el llanto. Por los momentos amargos, también por los bañados por el llanto; por las sonrisas y los abrazos que quitan el aire; por las despedidas...que fueron tantas. Gracias Señor por darne la vida y permitirme aprender, por la gente que no entiendo, pero que aún así quiero, por toda la gente bella que pones en mi camino y a mi lado en todo momento.
     Gracias te doy porque me diste una familia a quien amar, con quien pelear, y luego extrañar. Gracias por mi esposo y mi hjo. Gracias porque nos has conservado juntos y a tu servicio. Gracias por nuestras diferencias y por la paciencia de quienes les toca vivir a mi lado. "-Yo que todo lo quiero saber y comprender, y ajustarlo a mi forma de ver las cosas". Gracias les doy a ellos por mostrarme el otro punto de vista, la otra cara de la moneda.
        Hoy le digo al cielo que se siga sirviendo de mí, que me ayude a aceptar y a perdonar, a aceptarme y a perdonarme. Y que sea lo que Dios tenga dispuesto para mi vida nunca permita que me aparte de su sagrada presencia y de su amor lleno de misericordia.

¡FELIZ AÑO NUEVO! 
DIOS BENDIGA SUS VIDAS Y SUS PROYECTOS

martes, 29 de diciembre de 2015

¿Cómo ponerse las alas?

Diciembre 29
¿Cómo ponerse las alas?
Versión modificada del Cuento publicado en Literautas

Ese día Clara se levantó de prisa, como todos los días, y se fue al baño. Cuando se disponía a entrar se detuvo asustada por el aleteo y los dilatados chillidos de un pichoncito preso entre las rejas de la claraboya del baño. Tomó una respiración profunda para recuperar el aliento y cerciorarse de lo que pasaba. ¿Cómo había entrado aquel pajarito?– se preguntaba la joven mientras observaba al ave atrapada que no dejaba de aletear, de piar, de querer zafarse. Su instinto le daba la voz de alarma y él reaccionaba, temeroso y enfurecido. De pronto, ya no veía a un pajarito, era ella misma la atrapada. Se observaba dándose golpes contra las paredes y los espejos, sin poder encontrar la salida. Era un baño enorme y blanquísimo forrado de baldosas brillantes, el techo era muy alto, y el sitio del tragaluz lo era más aún. Apenas procuraba salir de su encierro venía la madre a decirle crueles mentiras que caían como pesadas gotas de agua en una lata vacía:

«–¡Este es el único lugar donde te soportan!»

«–¡No podrás permanecer fuera, ni mucho menos vivir con alguien más, nadie te tolerará!»

 «¡Nadie!»

Retumbaban las sentencias, Clara se estremecía, se tapaba los oídos con la intención de no escuchar el zumbido constante que producía la circulación de la sangre. Y así, con esa misma sensación, despertaba sudorosa y asustada al filo de las 3 de la mañana. Por muchos años, un sueño similar a ese, fue el inicio de largos y tortuosos desvelos. Era la mentira repetida mil veces, y el encierro, la pena merecida.

Un buen día, de vuelta de un largo viaje interior, lleno de tropiezos, aventuras y desventuras, ella consiguió emerger del engaño, y logró reescribir el guión de su sueño. De nuevo la escena del pajarito revoloteando intentando encontrar la salida dentro de un baño blanquísimo y lleno de luz. De pronto, ya no veía al ave, era ella misma temblorosa y agitada, buscando un resquicio por donde escapar. Se miró en el espejo y esta vez se dijo, con determinación: “–Ya no más presa, ya no más”. Y de repente se vio parada en la cornisa de la habitación, y se sintió capaz de alzar el vuelo, se alisó la ropa, y abrió sus alas, tomó una respiración honda, cerró los ojos y se lanzó al vacío. Estaba volando, no lo podía creer, primero rasando por los techos de las casas, y luego surcando el cielo volando alto, muy alto hacia el Ávila. Desde allí pudo ver sus bosques, el Humboldt que se plateaba con los rayos de la mañana, sus pequeños ríos, los sembradíos de claveles y tulipanes, la gente que subía trotando se veía pequeñita,  así como los que araban los terrenos marrones. Llegó al mar, lo vio azul y plata a lo lejos. Lo distinguió y se le hinchó el pecho de emoción, siempre le sucede cuando ve el mar, azul e inmenso, majestuoso entre las montañas verdes y arañadas por la furia del agua. Le encantó esa visión desde arriba, el rostro húmedo por el salitre y el corazón agradecido. Con esa sensación se despertó Clara.

Ese día se levantó de prisa, como todos los días, y se fue al baño, se miró al espejo y sonrió. Esa mañana luego bañarse largamente, sin perder de vista un agujerito que había en el tragaluz, decidió tomarse el día para celebrar que había aprendido a volar.



 Versión modificada del Cuento publicado en Literautas http://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-30/4562#comment-66579

sábado, 5 de diciembre de 2015

¿Cómo regreso a casa?


Diciembre 4
¿Cómo regreso a casa?
El amor da sentido y matriz al desapego
Resultado de imagen para entre la neblina en venezuelaFueron tres días de recordarlos y extrañar su presencia, de orar y descubrirlos en mis peticiones, de bucear hacia dentro para encontrar tesoros y calaveras. Fueron tres días de andar, sola o en compañía de entrañables amigos, por paisajes llenos de frío y niebla. Días en los que estuve plenamente agradecida, mis sentidos extasiados ante la imponente natura –diría Andrés Bello– y mi alma inquieta por la espesura de los sentimientos. Fueron días protagonizados por el descanso, custodiados por la amistad y los sacramentos. Fui a presentar mis cargas ante tu sagrada presencia, me llevaste dulcemente a tu casa a encontrarme con tu grandeza, y a toparme con mi pequeña humanidad –a la que todavía no tolero–. Creo que sigo sin dejarte entrar en lo más íntimo de mi corazón, que obstinado y  endurecido, no sabe cómo amar lo que nunca antes se supo amado.
¿Qué me impide ser más cálida a mi llegada a casa? ¿Acaso se tropieza tu corazón con el mío? ¿Qué hay en mi acostumbrado diálogo interno que disparan, de un solo tiro, la queja y la inconformidad? ¿Por qué de una vez me visto con el traje de entre e’casa y las conversaciones de rutina? ¿Por qué espero a mi llegada que me besas y me abraces amorosamente? ¿Qué hay en mis preguntas que te hacen desear de nuevo la soledad? ¿Realmente qué extrañamos el uno del otro? ¿Por qué espero que te intereses en cómo he pasado los días o me cuentes cómo estuvo tu corazón? ¿Quién responde adentro por estas conductas nuestras? ¿Qué hay dentro de tanto silencio? Solo puedo responder por mí.
Fueron muchos años montada en la torre, armada, solitaria y herida, imaginando una vida que no tuve, construyendo un cuento, personajes y diálogos internos para mitigar la soledad y la falta de mimos. Años de lamerme las heridas y de salir enfurecida porque no tenía lo que soñaba. Años de insatisfacción, de contarme la película me inventé, con happy ending a lo Hollywood, para luego contrastarla mezquinamente con la realidad que padecía. Ese fantasma recorre mis pasillos, habita en mi interior y me susurra frases que empañan mi paisaje, que hacen pulsar desde mis venas borbotones de sangre, oscura y espesa, a la que no quiero escuchar zumbar en mis oídos. Todavía se arrastra pesadamente por mi interior, susurrándome que trabaje incansablemente por buscar la perfección –ser la que no soy– hasta caer tendida en una cama, como muerta, para que ella pueda habitarme a sus anchas, y volver a desintegrar lo que he recuperado de mi ser. Me encantaría hacerle un exorcismo para expulsarla o exiliarla con un abracadabra patadecabra y ya. Desearía que bastara sólo con darme cuenta de que todavía le queda vida para dejarla morir en paz, sin necesidad de purgar desde adentro, sin tener este desasosiego que me aparta de mí y de los de mi hogar.
¿Qué queda después de dejar de comparar mi vida con la de otros? ¿Será por eso que me gusta fantasear y escribir, para reparar esos anhelos? ¿Cómo se reconcilia uno con su propia vida? ¿Cómo aprendo a amarla? Y mi intuición me sopla al oído: –Te invito a dar el paso, el decisivo, ese en el que interiormente dices ‘ya no más’, dispón tu corazón a mirar con otro sentido lo simple, lo sencillo, déjate asombrar por lo cotidiano, por lo que siempre ha estado ahí y ha sido invisible a tus ojos. Reconcíliate con tu humanidad y aprende a amarla, reconcíliate con la humanidad de tus cercanos y déjate amar sin grandes espectáculos. Escucha el amor que hay en sus pequeños pasos, en su silente presencia; cuando te esperan en casa con un cuento, un abrazo o un beso, formas parte de sus vidas y te esperan con lo que son. Míralos con amor cuando te ayudan a llevar tus cargas, igual una maleta que las bolsas del abasto o la enfermedad de uno de tus padres. Siente su amor cuando llegan a casa con tu chuchería favorita o llenos de detalles de un pequeño viaje. Cuando te compran el desayuno y te hacen el café, como a-ti-te-gusta. Cuando intentan complacerte saliendo de su zona de confort o de su ostracismo. Cuando te acompañan en tus empresas, aunque a veces te hayan visto naufragar.
¡Señor, no permitas que escuche más el susurro del viento frío que traen al arrastrar sus cadenas, ni el comentario insidioso que susurran a mi oído sin descanso, ni que solo vea los grafitis atiborrados de inconformismo con que tapizan las paredes de mi alcoba interior! Te pido Señor que me libres de la tentación de andar solo ocupándome de mí y mis reclamos internos. ¡Pido tu auxilio Señor!  Encárgate tú de mí y de mis fantasmas, de los que cincelan la dureza de mi corazón, los que me invitan a juzgar y a acusar, los que me separan de mi prójimo y no permiten vernos como iguales. ¡Cuento con tu gracia y con tu auxilio Señor!

lunes, 30 de noviembre de 2015

¿Solo estás cansada o hay algo más?


Noviembre 29


¿Solo estás cansada o hay algo más?
Una amenaza de lumbalgia me ha hecho recurrir a los relajantes musculares y a pedir a gritos un descanso, un alto. Más de una semana sin escribir, me parece insólito que no haya tenido el tiempo, pero sobre todo las energías para hacerlo. De nuevo mi cuerpo está resentido, me ha reclamado: –¿con qué trabajando desde el deber y no desde el querer? ¿Con que esas tenemos? Vuelvo a experimentar el cansancio y la sensación de que no doy más, de que me he exigido mucho y solo deseo descansar, bajarme del tren de las cosas pendientes, de lo que hay que hacer, mejorar, pagar, arreglar,...
Quizás sigo vinculándome solo con la responsabilidad jeje. Es muy probable que siga ocupándome de más cosas de las que me corresponden, y aunque reconozco que he mejorado notablemente, todavía puedo seguir delegando, diciendo que NO, descansando en quienes están a mi lado, confiando, exigiendo menos de mí y de las circunstancias, simplificando.
En el fondo tengo la sensación de que hay tanto por hacer. Primero conmigo, con mi casa y mi familia, y con este país en el que todo está por construirse y por hacerse, hay tanta necesidad y dolor afuera, ¿cómo quedarme quieta? Sé que hay diferencia entre indiferente y quieta, pero todavía no la asimilo. Siempre tengo en la boca el sabor de que puedo hacer más, dar más, ¡terrible autoexigencia!, ¿cuándo llegarás a mi vida bendita ponderación?, ¿cuándo cesarás impaciencia? Si todo, como dice una canción de Juan Luis Guerra, tiene su momento.
Es terrible no poder reconocer las limitaciones humanas y querer tener más fuerzas, semejante insolencia tiene sus consecuencias. El cuerpo sabiamente me lo recuerda, avisa cuando mis creencias o mis actuaciones son disonantes en el concierto de la vida. No lo hace para castigarme, sino con la intención de hacerme ver lo que no es perceptible para mi programación, hay que desinstalar ese software o pedir una actualización.
Eso te pido hoy Señor, en medio de este cansancio, al inicio de este tiempo de adviento, ayúdame a aceptarme humana, pequeña y limitada. Permíteme también ver lo que he hecho en pro, a recoger la cosecha con gusto –sin demasiadas exigencias-, a no sentir culpa en medio de mi descanso ni en el del otro, permíteme encontrarte en la oración para poder salir con tu fortaleza y no desde la mía. Enséñame a cómo es que se disfruta de la vida, de lo simple y de lo pequeño, ayúdame que yo no sé, pero deseo con todo mi corazón aprender  hacerlo, sé que tengo un maestro en casa, pero me cuesta aprenderlo con él.  

domingo, 22 de noviembre de 2015

¿Todo eso por un papel?


Noviembre 21

¿Todo eso por un papel?

A principios de esta semana, buscando un título universitario que había traspapelado, me tropecé con muchos recuerdos. El extravío de ese documento, sobre todo su búsqueda, me contactó con el modo en cómo me fui del lugar donde trabajé con tanto afán por 27 años. Sí, hace dos años que solicité la jubilación, y al cumplir con todo lo requerido, prácticamente salí huyendo. Quise apartarme de esa realidad que yo relacionaba con todos los malestares que por esa época me aquejaban. Me habían diagnosticado síndrome del cansancio extremo y fibromialgia, durante ese tiempo, requerí reposo en cama, rehabilitación, y acudí al médico como pocas veces lo había hecho antes en mi vida. Había gastado muy a prisa mis cartuchos y ahí estaban los resultados. De muchas maneras mi cuerpo gritaba pidiendo un cambio de hábitos, un cambio de perspectiva, una visión diferente, radicalmente diferente de mi relación conmigo, con Dios y con la vida.

A través de mi participación en un taller para pacientes con fibromialgia y de su conductora: Auxiliadora, logré comenzar a comprender lo que los dolores de mi cuerpo clamaban de mí, pedían que hiciera las cosas de manera diferente a cómo las había vendido haciendo hasta ese momento. ¿Pero cómo? Eso de cambiarse el disco duro, de formatearlo, no es cosa que se diga y ni se haga con rapidez y facilidad. El Señor me envió su auxilio en la persona de esa terapeuta, quien me acercó a otra perspectiva respecto al dolor y su sanación. Casi desde esa época practico, con bastante frecuencia, el Liang Gong para ayudar a los músculos a borrar su memoria de dolor y contracción. También tomé la decisión de jubilarme, y con ella muchas decisiones más: –El primer año estaría destinado para ocuparme de mí, para conocerme y mejorar las relaciones con quienes vivo y amo más.

Jurungando todos los papeles que había dejado en la oficina me tropecé con una infinidad de sensaciones y recuerdos: noticas de amigas o compañeras de trabajo, con sus letras tan familiares que no necesitan firma; tarjetas de cumpleaños,  invitaciones, cartas de Eligio, algunos dibujitos hechos por mí, fotos de Leo con mis sobrinos (todos chiquitos), y papeles y más papeles llenos de memoria, de momentos, de olores y apegos. Me senté toda una mañana frente a una enorme bolsa negra de basura, abría las gavetas del archivo e iba revisando, iba lanzando años de estudios, de reuniones, de proyectos, de sueños institucionales, que convirtieron en parte de mi existencia, materiales y artículos, infinidad de textos que me hacían recordar, con nostalgia, ratos de estudio y algunos dolores de cabeza.


De veras que puedo afirmar que he pasado gran parte de mi vida escribiendo, siempre  me mantuve conectada con la pasión por la palabra escrita, incluso para que la gente pudiera acercarse a ella de forma menos dolorosa y más efectiva. ¿Cuántos escritos he leído y corregido? ¿Cuánta palabra derrochada y sin lectores ávidos de devorarla? ¿Cuántas técnicas utilizadas para mejorar su aprendizaje y su enseñanza? Algunas acertadas, otras fallidas. ¿Habrá valido la pena tanto ahínco y tanto afán? Creo que sí dejamos huellas por los lugares donde pasamos tantos años, así me lo hacen sentir cuando regreso o cuando me piden un curso o una asesoría. Pero también sé que al irme todo sigue su curso –menos mal– y pareciera que nadie te echa de menos, eso te hace consciente de que no eres indispensable, y esa lección la necesitamos aprender, sobre todo aquellas personas, que como yo, hicimos del trabajo una especie de “hogar”.

       La búsqueda de ese preciado documento me puso por delante la tarea de terminar de irme de mi antigua oficina, ya que tenía dos años posponiéndolo una y otra vez. Y así fue como en mi segundo intento de búsqueda, en un cuartico de cachivaches que hay en la oficina, encontré una caja de cartón grueso donde tenía organizadas todas las cosas que me iba a traer para la casa. Ahí junto con los portalápices, los bolígrafos, con las fotos que tenía el escritorio, estaba el tan buscado título.¡Al fin acepté que me jubilé!