miércoles, 28 de octubre de 2015

¿Espejo, espejito quién será la más…?



Octubre 27



¿Espejo, espejito quién será la más…?



¿Dónde está la vida perfecta? ¿Y cuándo vas a lograr la plenitud en todas las áreas de tu vida? ¿Cuándo es el momento perfecto? Con la espiritualidad perfecta, el marido perfecto, el hijo perfecto, los papás perfectos… ¿Qué esperas o cómo esperas que sea? ¿La vida hay que disfrutarla o aprovecharla? ¿Qué es mejor, ver cuánto te falta o cuánto has logrado caminar? ¿Qué parte del camino ves? ¿En qué te concentras? ¿Celebras tus logros? ¿Es cierto que es sólo cuestión de actitud? Todas estas preguntas me han surgido de conversaciones recientes con algunas amigas a quienes podría describir con las siguientes frases:


 Nunca están conformes con nada.


Siempre consiguen de qué quejarse.


Constantemente están viendo lo que falta, lo que no tienen, lo que…


Reclaman y se quejan, dirigen o desean dirigir toda acción que sucede a su alrededor.

No celebran sus logros, a veces ni siquiera los ven.

Están en permanente enjuiciamiento.

Yo las veo y no me gusta mucho verme reflejada en ese “Espejo, espejito” que me canta como Juan Gabriel: “…Te pareces tanto a mí…” Me veo en el mohín que hacen con la nariz cuando no les gusta un olor, una comida o una persona, eso si te tenemos nosotras, somos muy exigentes. Me veo en la dilatada charla dedicada a criticar a sus parejas sin compasión, ahí en sus exigencias hacia ellos, me veo, y me avergüenzo. Me veo en cuando comienzan a quejarse de ellas mismas y de todo lo que han podido hacer para sí mismas y lo no han seguido haciendo o comenzado a hacer… no hago ejercicio, no voy con frecuencia a la oración, no como ensaladas, estoy gorda,… esa mala costumbre de recriminarme. También me veo en sus padecimientos: de tiroides, estomacales, insomnio, frecuentes contracturas o dolores musculares. Me veo cuando sus relatos comienzan con: –No se me olvidará nunca… y cuentan episodios de su niñez marcados por la exigencia de alguno de sus padres. Me veo en esa necesidad de hablar y de ser escuchada.


Cualquier lector o lectora se preguntará: ¿y ellas son sólo eso? ¿Acaso viven en un departamento de quejas? Para nada eso ni las define ni me define, pero cómo pesan estos atributos, y cómo se les sube el volumen al momento de orar, de dormir, o simplemente cuando estamos solas. Algunos no tienen idea del ruido que puede causar semejante comunicación con una misma. Hoy lo escribo porque lo puedo ver, quiero verme detenida en el camino pensado en que he engordado los kilos que perdí (con tanto esfuerzo) a principio de año. – ¡Ajá! ¿Y vas a hacer algo o sólo te llenarás de reproches? – ¿Cuál es la utilidad del reproche? -pregunto- ¿Te ayuda a adelgazar? La respuesta que hoy puedo darle es: me impide verme, aceptarme como soy, contactar con el amor que me creó. Por mucho tiempo eso me tuvo con un pie afuera, me tuvo siempre de salida, pero no desde mí, sino huyendo de mis críticas, de  mis objeciones, del desagrado que sentía conmigo misma, huyendo de la que no acepto ni puedo amar. Estuve huyendo de mí, de la terrible imagen que había dibujado de mí.

      Pero los lienzos se pueden restaurar, para ello se requiere de tiempo y de la concurrencia de un equipo de expertos, y en eso andamos. La primera parte del proceso es muy abrasiva. Con pequeñas motas de algodón se aplican líquidos de olores muy fuertes, ellos dejarán ver lo que había de bello en la creación inicial, pero es doloroso levantar toda esa espesa capa de pintura oscura que tapó las delicadas florecitas blancas, que oscureció toda la luz del lienzo al cerrar la ventana abierta hacia el cielo azul y lleno de nubes blancas. Es un proceso de asombro constante, de constante redescubrimiento de tus colores, de tus luces, y también, de tus sombras. Es ese Dios, en su permanente génesis, ese Dios padre creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible, quien te da la oportunidad de reconocerle dentro de ti y de comenzarte a mirar con otros ojos más misericordiosos y menos inquisidores.

lunes, 26 de octubre de 2015

¿Escribir sana?




Octubre 23

¿Escribir sana?

Para mi ángel de la guarda

Cómo no escribir un texto dedicado a ti donde te diga: –Gracias, mil veces gracias por escucharme sin descalificarme, por creer en mi talento para escribir, por mostrarme que había otros puntos de vista, que no necesariamente era así, como yo me creía de mí misma.

Gracias por sonreírte conmigo y no juzgarme. Gracias por ayudarme a encontrar el fuego, a encontrar el camino de vuelta. Gracias, sobre todo, por aceptarme como llegué a tu consulta. Gracias por no hacerme sentir que estoy loca o que estoy a punto de serlo. Gracias por tus preguntas, por los libros que me haces leer y las películas que luego compartimos.  No sé muy bien cómo explicar lo que sentí, casi desde la primera vez que entré a tu consultorio, y comenzaste a escucharme, lo hacías con ternura y sin juzgarme, como casi nadie lo había hecho antes.

Gracias por creer en mí y que mi imaginación sólo necesitaba aterrizar en la escritura. Gracias por ayudarme a encontrarme, gracias por ayudarme a podar mi jardín, gracias por abrazar mis bajezas sin horrorizarte. Gracias porque con tu ayuda he aprendido a conocerme, a saber que lo que quiero no es un total despropósito, que no importa que sea distinta y que me cuente mi vida y mi historia para aprender a reconciliarme con ella. Gracias, sobre todo, por escuchar mi dolor y sentirte parte de él, por no horrorizarte ni santiguarte ante mis pensamientos o mis acciones.

Gracias por decirme sostenidamente: ­–¿cuándo hará un libro? –Yo iré para el bautizo, tiene mucho que compartir, es muy valiente, es mucho lo que ha logrado, y yo sin creérmelo, hacía mis tareas y me iba a mi casa, y bajaba al averno confiada en Dios y en que si tú me lo proponías era porque podía hacerlo. Gracias por esperar mi tiempo, mi ritmo, por verme golpear una y otra vez contra la misma estructura, y no decir: –¿Hasta cuándo? Gracias sobre todo por creer en mí, estoy segura que así mismo se llama mi ángel de la guarda, ese que puso Dios a mi cuidado para que pudiera descubrir cuál es el propósito de mi vida. Hoy lo sé, y aunque nunca me gane un concurso literario, ni sea famosa, sé que escribir me ayuda a vivir mejor conmigo misma, también ayudará a quienes viven conmigo a tener a alguien más sosegada a su lado, sosegada no es la palabra, la adecuada es realizada. Sí, escribir me fascina, me cuesta compartir hasta qué punto me realiza, me permite darle riendas a la imaginación, puedo, como dice Rosa Montero, escribir una historia a partir de cualquier rostro o circunstancia que se me presente en el día, puedo andar distraída construyéndole una historia a mi propia vida. Gracias por eso, sólo Dios tiene como pagar tu escucha sanadora, tu empatía, eres su ángel al cumplir con la misión para la que Él te destinó.

viernes, 23 de octubre de 2015

Cocinar o escribir ¿es igual?



Octubre 22
Cocinar o escribir ¿es igual?



¡Qué horrible! No sé sobre qué escribir… estoy algo cansada físicamente y no quiero exigirme, a veces sentarme ante el teclado es un alivio, pero otras resulta todo un reto (suspiro). Para variar, hoy cuando cocinaba el almuerzo comencé a pensar sobre lo que quería escribir en el blog y saltaron las liebres por todas partes, se parecían a los conejitos que vomitaba aquel personaje de un cuento de Cortázar (Carta a una señorita en París, les recomiendo su lectura). A veces, mientras literalmente preparo la comida, en mi inquieta cabeza comienza a cocinarse un texto, surge una idea, algo para reflexionar o compartir crece junto a lo que guiso. Sumándose a los olores, a los aromas, a los saberes y a los sabores en mi cocina entran un montón de ideas, de personajes, de pronto ese pequeñísimo espacio del apartamento está inundado por mis abuelas, por mi mamá, mis amigas o mis tías que con sus recetas y sus legados han dejado huellas en mi comida y en mi corazón.
Yo no tenía idea de la cantidad de trucos y normas que hay en eso de hacer comida hasta que me tocó irle enseñando a mi esposito, quien ingresó al misterioso mundo de la cocina doméstica hace poco tiempo. De pronto me encuentro diciéndole: -Mira, antes de pelar un pepino se cortan ambos extremos y se frotan contra la parte blanca. Él  me mira un poco extrañado por el ritual y me pregunta: -¿Y eso para qué es? –Aaaah bueno… eso se hace para que no caiga pesado, y así puedas sacarle toda la lechita blanca, esa que cae mal, ¿ves?, y yo seguía diciéndole ... -Eso me lo enseñó la mamá de Rosita, ¿te acuerdas? ¿Aquella que trabajó conmigo en el liceo? Y así como ellas, entran y salen un montón de mujeres diariamente a nuestra minúscula cocina. Mi madre es una tácita y permanente presencia, ella fue quien me introdujo en la alquimia de lo que significa alimentar a la familia o a cualquiera que venga a tu casa. Mientras la veo entrar y salir de mis recetas, me contacto con sus mañas, sus sabores y los de mi abuela,… y a veces  Eligio, molesto por mi dictadura femenina y familiar suelta: -¡Eres-igualita-a-tu-mamá! (me causa gracia su reacción genealógica) Y tiene razón, porque ahí en la cocina, por lo menos en ésta, las mujeres de mi familia mandamos jajaja
Hoy recordé un hermosísimo libro de Rosa Montero llamado La Loca de la Casa, ese libro habla sobre la escritura lo que es y lo que significa para muchos escritores y escritoras, textualmente me lo devoré en un viaje en autobús al regreso de Caracas, un liberador octubre del año 2006. Al meter de nuevo mis narices en el libro comencé a sentir la misma pasión, la misma empatía por la vida algunos escritores y sus anécdotas con la escritura. Al leer lo que pasaba en su imaginación me sentí una de ellos y por eso hoy quiero escribirle a ella… a la llamada por Santa Teresa: la loca de la casa, a mi querida y maniática imaginación.
       Y ahí, en medio de todo eso estás tú y comienzas a jugar con algún tema o yo juego contigo a inventarnos mundos y hacernos ideas sobre la gente y las cosas que pasan a nuestro alrededor. Sin ella no habría podido construir mi torre de marfil cuando me sentí una doncella castigada y en apuros, tampoco me hubiese podido imaginar al príncipe y mi soñado rescate. Sin ti, querida imaginación, no hubiese podido inventarme los mil y un cuentos para no morir de vergüenza porque no me dejaban hacer o vestir lo-que-estaba-de-moda cuando era una adolescente. A ti te debo poder viajar, vivir, sentir y llorar junto con los personajes de los tantos libros o películas que disfruto y he disfrutado en mi vida. Juntas hemos construido y derribado reinados, juntas hemos cruzado temibles bosques oscuros en búsqueda de la luz, siempre me has acompañado, y aunque a veces he intentado encerrarte en una serie de preceptos cuadrados, sin permitirte volar, hoy juntas podemos hacerlo y seguir la pista de las migas de pan para llegar a la casa de la bruja sin permitir que su apariencia monstruosa nos amilane hasta recuperar la llama ardiente. Juntas seguiremos recorriendo los caminos de la escritura, sin grandes alardes, sin pasarelas ni alfombras rojas, ni siquiera noches de fiesta familiar. Total, la conquista es nuestra y sólo le pido a Dios que me permita verla, reconocerla y celebrarla.