Abril 1
Muerta de Cansancio
Eran las 5 de la mañana cuando Pilar, ataviada con
su uniforme impecablemente blanco, entró en el ascensor para ir a su trabajo.
Ese día estaba tan agotada que pensó: «¡Ojalá me muriera para poder descansar!
» Al capturarse pensando de esa manera, sacudió la cabeza y quiso descartar de
inmediato ese pensamiento. «¡Qué locura! ¿Morirme ahora mismo? No, estoy muy
ocupada para morir», y sonrió de inmediato, uno sí que piensa tonterías», se
dijo mientras el viejo ascensor chirriaba al bajar los 14 pisos que le restaban.
«El pobre debe estar tan cansado como yo», suspiró.
De pronto Pilar se tropezó con su cara pálida y
pecosa en la pared de espejo del ascensor. Saltaron del reflejo unas enormes
ojeras que enmarcaban sus ojos cansados y sin brillo; de inmediato, trató de
esbozar una sonrisa intentando remediar el deterioro de su imagen. Se reprochó
el descuido con que llevaba atado el cabello y miró con detenimiento las arrugas,
clara expresión de cansancio. Mientras trataba de arreglar la imagen que le
devolvía el espejo se agudizó el ruido de los cables, hubo un poco de tambaleo
y, de pronto, se detuvo el ascensor.
«¡Ay, no, otra vez no! ¡No, no puede ser! De nuevo
se atascó este vejestorio», pensó malhumorada. Comenzó a apretar con
insistencia el botón rojo del tablero, intentó llamar a su esposo, quien dormía
a pierna suelta cuando salió de casa, y solo caía le contestadora. «¡Qué
impotencia, Dios mío! ¿Quién me va a creer en la clínica que esto me ha pasado
dos veces en el mes? ¡Nadie! Y menos aún a la vieja esa que no se le agua el
ojo para despedir a una recién graduada», el dedo se le iba a partir
presionando la alarma y en el edificio no había señales de vida.
«¿A qué hora tendré que salir para llegar a tiempo
a la clínica? Es imposible tener todo listo antes de las cinco, desayunos y
almuerzos para nosotros cuatro; además del uniforme de los niños y mi arreglo
personal, no puedo creer que esto me esté pasando a mí, mi supervisora me va a
matar si llego de nuevo tarde a la revista de la mañana», pensaba
inquisidoramente.
Ante la total falta de respuesta, decidió sentarse en el piso del ascensor y enviar mensajes informando de su situación. Primero le escribió a la jefa de enfermeras; luego a una compañera y amiga explicándole lo sucedido. «Tal vez Belkis esté en el servicio y pueda suplirme mientras logro salir de este atolladero». Como un tren desbocado comenzaron a pasar por su cabeza los posibles escenarios, también vinieron a su mente todo lo que tenía pendiente en el día, y ella ahí: detenida, varada, qué impotencia. La invadió el temor del despido, tantas suplentes husmeándole el puesto, cualquiera de ellas podría darle un golpe a traición.
Ante la total falta de respuesta, decidió sentarse en el piso del ascensor y enviar mensajes informando de su situación. Primero le escribió a la jefa de enfermeras; luego a una compañera y amiga explicándole lo sucedido. «Tal vez Belkis esté en el servicio y pueda suplirme mientras logro salir de este atolladero». Como un tren desbocado comenzaron a pasar por su cabeza los posibles escenarios, también vinieron a su mente todo lo que tenía pendiente en el día, y ella ahí: detenida, varada, qué impotencia. La invadió el temor del despido, tantas suplentes husmeándole el puesto, cualquiera de ellas podría darle un golpe a traición.
Ya resignada comenzó a inspeccionar su bolso y se
dio cuenta de que anoche no le había dado el diccionario de Inglés que le
pidieron a Dieguito en la escuela: «¡Ah, qué carajo, tampoco él me lo pidió!»
Recordó que era viernes, y que al salir de la clínica tenía clases hasta las
nueve. Buscó sus apuntes para repasarlos y así entretener a su cabeza mientras
la rescataban. Pilar necesitaba terminar pronto el diplomado en
instrumentación, así la asignaría a pabellón y podría tener mejores ingresos.
«Ni modo. No hay de otra si no esperar», pensó
Pilar, sacudiendo su cabeza e intentando detener el flujo de miles de ideas
catastróficas que aterrizaban sin permiso en su mente. «Respira profundo Pilar,
respira» se decía como lo hacía cuando iba a inyectar a un paciente. Puso su
bolso como apoyacabeza y se recostó contra la pared del ascensor.
–Señora Pilar, señora, despierte, ¿le pasó algo,
señora?, a lo lejos escuchaba la voz del conserje. ¡Despierte!
Entreabriendo los ojos notó que habían logrado hacer funcionar el elevador, intentó ponerse en pie y de limpiarse disimuladamente el hilito de baba que se le había colado por la boca mientras dormía muerta del cansancio.
Texto original publicado en Literautas: http://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-33/5344#comment-77126