El último beso
Versión editada del relato publicado en Literautas el
14-01-2016
Para Ana María
Esa mañana, Marta vistió por última vez su
horrible falda con miles de tachones, y miró con algo de simpatía la camisa
blanca con ribetes azules que por años había desdeñado. Ese viernes, sabía que
sería último día en su colegio, el que la había visto crecer y pasar del patio
de primaria al edificio viejo donde funcionaba el bachillerato. Sabía que se
iría lejos, que no volvería a estar más con quienes
había planeado su futuro, tampoco
vería más a Aramís. Sentía que su vida se había arruinado, todo lo que hacían
sus padres le parecía injusto. Dentro de su pecho, que punzaba, había coctel de
emociones.
«¿Cómo iban a alejarla de sus compinches a un año de graduarse de bachilleres? ¡Era
como estar castigada por algo que no había hecho!», había tristeza y rabia en
su corazón.
Pero sus compañeras le darían el mejor regalo de despedida, lo
tenían todo planeado, ya lo había hablado con Ana María, su mejor amiga.
«Hoy cumpliré mi anhelo, no importa lo que me
cueste.», había sonreído en la mañanita mientras se alistaba para ir a su
última clase con Aramís.
Ese es el apodo que se había ganado el
profesor de inglés de aquel colegio exclusivo para niñas. Él era una de las
pocas figuras juveniles y masculinas en la planta profesoral. Su fragancia lo
delataba y hacía despertar tanto alergias matutinas como las hormonas femeninas
antes de las siete de la mañana. Por él suspiraban muchos corazones, y mientras
entonaban el himno nacional, los ojos del patio estaban pendientes de su
llegada. Parecía un modelo de revista, vestía a la moda y lucía una amplia
sonrisa junto a sus lentes de sol. Al entrar al salón de clases un coro de
alumnas, perdidamente enamoradas, se levantaban y cantaban con embelesada voz:
¡Good morning teacher! Lo amaban, quedaban hechizadas por su presencia, su
fragancia y su voz de locutor. Casi de inmediato, salían de sus labios carnosos
y sin bigotes los nombres de cada una al pasar la asistencia. Él constantemente
conjugaba el tiempo perfecto de ser bien parecido y encantador.
Las de cuarto de humanidades eran como un
clan, acostumbraban reunirse en los recesos en el lugar más alejado del patio.
Algunas aprendían a fumar escondidas entre las matas de cayenas que espesaban
la cerca del colegio; otras contaban sobre el novio, sus besos, sus peleas; las
más bohemias copiaban versos de amor o punteaban en la guitarra ‘Samba Pa Ti’.
Pero los viernes, durante el receso de las 11:30, había un ritual de belleza
que anunciaba la clase de inglés. Unas se pintaban las uñas, otras, se
delineaban y coloreaban los ojos; otras se doblaban las medias para exhibir las
piernas recién rasuradas. Los
viernes, a la última hora, el-profe-de-inglés llevaba a clases un reproductor,
casettes y letras de canciones de moda en
inglés. El fin de semana lo iniciaban suspirando y cantando a coro canciones
de los Bee Gees, o algunas de los Beatles.
Ese último viernes de clases, cuando ya
todas habían llenado sus libretas con
poemas o mensajes de amistad eterna y promesas de futuros encuentros; cuando
las narices de la mayoría estaban enrojecidas por el llanto y las camisas
estaban llenas de firmas y muñequitos hechos con marcadores: Para que Nunca Me Olvides. Llegó el
receso de las 11:30 y su consabido ritual de belleza, preparadas para la última
clase con Aramís.
Él como de costumbre llegó con su sonrisa, su
fragancia y su reproductor, la canción de ese día era To Love Somebody. Retiraron las mesas hacia las paredes del salón
dejando solo las sillas alrededor de
Marta, a modo de despedida. Todas comenzaron a cantar y a llorar, se abrazaron formando
un círculo que rodeó a Marta y al profesor, sus cuerpos comenzaron a tener un
inusual contacto. Aún con las lágrimas rodando por sus mejillas, Marta cerró
los ojos e inhaló su aroma, y tal como lo había soñado, sus labios rosaron con
timidez los de Aramís, él no sin brusquedad trató de separarse, pero la
complicidad del grupo los acercó más y más acompasados por las agudas voces de
los Bee Gees. Marta le dijo:
–¡Aramís, siempre te amaré!–y sin mirar atrás
salió huyendo del salón.
El profesor no lo sabía, pero ése era el
regalo de despedida que le dieron sus amigas a Marta. También fue la despedida
de Aramís porque ése fue el último beso que alguien le diera en ese colegio.