lunes, 16 de mayo de 2016

La magia existe



Abril 9 
La magia existe




Sus viajes a la luna comenzaron aquella noche del 25 de diciembre de 1970. Esos años estuvieron signados por la llegada del hombre al brillante satélite, y la vida de Isabelita no fue la excepción. Todos los diciembres la madrina de Isabel acostumbraba a llegar, como el Niño Jesús, cargada de regalos para los menores de la casa. Ese día, cuando la anunciada visita llegó, una algarabía de niños salió a su encuentro con los brazos extendidos.



–Bendición madrina, ¿qué me trajiste? –dijo la niña adelantándose a sus hermanitos para besarla y recibir de primera su obsequio.



–¡Un juego de magia! ¡Lo que yo quería! –gritó Isabel al abrir el envoltorio.



–¿Te gustó muchachita? –preguntó la madrina, apretándole los cacheticos.



–¡Síiiiiiiii, gracias! –se perdió su vocecita dentro de la caja de sorpresas.



Adentro había muchas cosas nuevas: pañuelos, naipes, cuerdas, aros; tenía de todo, hasta una varita mágica y un sombrero de copa. En los dibujos del interior mostraban que la caja poseía una trampa, y que con ella podían hacerse toda suerte de trucos. La niña quería lucirse con la familia, deseaba la atención y el aplauso de sus padres. Luego de una breve ausencia, y de una precaria práctica, los reunió a todos en la sala para hacerles su acto de magia. Isabelita hizo una reverencia y mostró al público la caja vacía, y dijo moviendo las manitas:



–¡Señoras y señores!¡Algo nunca visto en nuestra casa! –dijo con voz cantarina– ¡Vean esta caja, no tiene nada por aquí, nada por allá! –Procedió a cerrarla y a tocarla 3 veces con su varita mágica y repitiendo «¡Abracadabra pata de cabra!» –Abrió la caja que para su sorpresa seguía vacía. Intentó, sin mucha suerte, extraer el pañuelo, que torpemente había escondido en la trampa, pero se vio descubierta; y frustrada se encontró diciéndose a sí misma: «La magia no existe».



El efecto que causó su truco fue el de siempre. No se hicieron esperar las burlas de sus hermanos y las risas de los adultos. Mientras ella estaba de pie con los ojos llenos de lágrimas, su hermano más pequeño le quitó la caja diciéndole:



–¡Dame acá que yo sí seré un buen mago!



La niña furiosa lo empujó y le arrebató el juego de las manos al pequeño, quien lloró al instante. Lo que comenzó como fiesta terminó en un duro castigo por pelearse con su hermanito:



–¡Eso-no-se-hace-Isabel! –le reprendió severamente la madre –¡Él-es-más-chiquito-que-tú!



Y sin comprender por qué su mamá no se solidarizaba con ella que había visto frustrados sus deseos de ser maga, se fue al cuarto a llorar con amargura. Luego de un buen rato llegó la abuela a sobarle la cabeza hasta que logró calmar sus sollozos. La llevó a lavarse la carita, y regalándole una sonrisa, la invitó a contemplar la luna llena desde el balconcito que daba al mar.



¿Isa, quieres conocer la luna? –preguntó la abuela.



Me da miedo abuelita, allá afuera está muy oscuro, y yo no soy astronauta –respondió la niña impactada por el inmenso disco de plata que se bañaba aquella noche en el horizonte.



¿Pero quisieras ir de todas maneras? –insistió con ternura. 



–Creo que sí abue, si tú vienes conmigo quisiera volar hasta allá –dijo la niña.



–Entonces ponte mi sombrero, toma mi mano y cierra los ojos –dijo la abuela haciendo danzar a su varita en el aire y recitando un extraño conjuro.

Esa fue la primera vez que la abuela y la niña viajaron hasta la luna llena. Al llegar sintieron muchísimo frío y se abrazaron, y el asombro de Isa se perdió en la inmensa oscuridad. De pronto vieron erguirse a un ingente mago de plata que se quitaba su metálico sombrero de copa, el cual colocó boca arriba sobre la superficie lunar, y de allí ceremoniosamente fue sacando a la noche, como si fuese una enorme cobija llenita de estrellas, para que la gente de la tierra pudiera dormir y soñar.