viernes, 5 de febrero de 2016

El último beso



El último beso

Versión editada del relato publicado en Literautas el 14-01-2016

Para Ana María

Esa mañana, Marta vistió por última vez su horrible falda con miles de tachones, y miró con algo de simpatía la camisa blanca con ribetes azules que por años había desdeñado. Ese viernes, sabía que sería último día en su colegio, el que la había visto crecer y pasar del patio de primaria al edificio viejo donde funcionaba el bachillerato. Sabía que se iría lejos, que no volvería a estar más con quienes había planeado su futuro, tampoco vería más a Aramís. Sentía que su vida se había arruinado, todo lo que hacían sus padres le parecía injusto. Dentro de su pecho, que punzaba, había coctel de emociones.

«¿Cómo iban a alejarla de sus compinches a un año de graduarse de bachilleres? ¡Era como estar castigada por algo que no había hecho!», había tristeza y rabia en su corazón.

Pero sus compañeras le darían el mejor regalo de despedida, lo tenían todo planeado, ya lo había hablado con Ana María, su mejor amiga.

«Hoy cumpliré mi anhelo, no importa lo que me cueste.», había sonreído en la mañanita mientras se alistaba para ir a su última clase con Aramís.

Ese es el apodo que se había ganado el profesor de inglés de aquel colegio exclusivo para niñas. Él era una de las pocas figuras juveniles y masculinas en la planta profesoral. Su fragancia lo delataba y hacía despertar tanto alergias matutinas como las hormonas femeninas antes de las siete de la mañana. Por él suspiraban muchos corazones, y mientras entonaban el himno nacional, los ojos del patio estaban pendientes de su llegada. Parecía un modelo de revista, vestía a la moda y lucía una amplia sonrisa junto a sus lentes de sol. Al entrar al salón de clases un coro de alumnas, perdidamente enamoradas, se levantaban y cantaban con embelesada voz: ¡Good morning teacher! Lo amaban, quedaban hechizadas por su presencia, su fragancia y su voz de locutor. Casi de inmediato, salían de sus labios carnosos y sin bigotes los nombres de cada una al pasar la asistencia. Él constantemente conjugaba el tiempo perfecto de ser bien parecido y encantador.

Las de cuarto de humanidades eran como un clan, acostumbraban reunirse en los recesos en el lugar más alejado del patio. Algunas aprendían a fumar escondidas entre las matas de cayenas que espesaban la cerca del colegio; otras contaban sobre el novio, sus besos, sus peleas; las más bohemias copiaban versos de amor o punteaban en la guitarra ‘Samba Pa Ti’. Pero los viernes, durante el receso de las 11:30, había un ritual de belleza que anunciaba la clase de inglés. Unas se pintaban las uñas, otras, se delineaban y coloreaban los ojos; otras se doblaban las medias para exhibir las piernas recién rasuradas. Los viernes, a la última hora, el-profe-de-inglés llevaba a clases un reproductor, casettes  y letras de canciones de moda en inglés. El fin de semana lo iniciaban suspirando y cantando a coro canciones de los Bee Gees, o algunas de los Beatles.

Ese último viernes de clases, cuando ya todas  habían llenado sus libretas con poemas o mensajes de amistad eterna y promesas de futuros encuentros; cuando las narices de la mayoría estaban enrojecidas por el llanto y las camisas estaban llenas de firmas y muñequitos hechos con marcadores: Para que Nunca Me Olvides. Llegó el receso de las 11:30 y su consabido ritual de belleza, preparadas para la última clase con Aramís.

Él como de costumbre llegó con su sonrisa, su fragancia y su reproductor, la canción de ese día era To Love Somebody. Retiraron las mesas hacia las paredes del salón dejando  solo las sillas alrededor de Marta, a modo de despedida. Todas comenzaron a cantar y a llorar, se abrazaron formando un círculo que rodeó a Marta y al profesor, sus cuerpos comenzaron a tener un inusual contacto. Aún con las lágrimas rodando por sus mejillas, Marta cerró los ojos e inhaló su aroma, y tal como lo había soñado, sus labios rosaron con timidez los de Aramís, él no sin brusquedad trató de separarse, pero la complicidad del grupo los acercó más y más acompasados por las agudas voces de los Bee Gees. Marta le dijo:

–¡Aramís, siempre te amaré!–y sin mirar atrás salió huyendo del salón.

El profesor no lo sabía, pero ése era el regalo de despedida que le dieron sus amigas a Marta. También fue la despedida de Aramís porque ése fue el último beso que alguien le diera en ese colegio.

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