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martes, 29 de diciembre de 2015

¿Cómo ponerse las alas?

Diciembre 29
¿Cómo ponerse las alas?
Versión modificada del Cuento publicado en Literautas

Ese día Clara se levantó de prisa, como todos los días, y se fue al baño. Cuando se disponía a entrar se detuvo asustada por el aleteo y los dilatados chillidos de un pichoncito preso entre las rejas de la claraboya del baño. Tomó una respiración profunda para recuperar el aliento y cerciorarse de lo que pasaba. ¿Cómo había entrado aquel pajarito?– se preguntaba la joven mientras observaba al ave atrapada que no dejaba de aletear, de piar, de querer zafarse. Su instinto le daba la voz de alarma y él reaccionaba, temeroso y enfurecido. De pronto, ya no veía a un pajarito, era ella misma la atrapada. Se observaba dándose golpes contra las paredes y los espejos, sin poder encontrar la salida. Era un baño enorme y blanquísimo forrado de baldosas brillantes, el techo era muy alto, y el sitio del tragaluz lo era más aún. Apenas procuraba salir de su encierro venía la madre a decirle crueles mentiras que caían como pesadas gotas de agua en una lata vacía:

«–¡Este es el único lugar donde te soportan!»

«–¡No podrás permanecer fuera, ni mucho menos vivir con alguien más, nadie te tolerará!»

 «¡Nadie!»

Retumbaban las sentencias, Clara se estremecía, se tapaba los oídos con la intención de no escuchar el zumbido constante que producía la circulación de la sangre. Y así, con esa misma sensación, despertaba sudorosa y asustada al filo de las 3 de la mañana. Por muchos años, un sueño similar a ese, fue el inicio de largos y tortuosos desvelos. Era la mentira repetida mil veces, y el encierro, la pena merecida.

Un buen día, de vuelta de un largo viaje interior, lleno de tropiezos, aventuras y desventuras, ella consiguió emerger del engaño, y logró reescribir el guión de su sueño. De nuevo la escena del pajarito revoloteando intentando encontrar la salida dentro de un baño blanquísimo y lleno de luz. De pronto, ya no veía al ave, era ella misma temblorosa y agitada, buscando un resquicio por donde escapar. Se miró en el espejo y esta vez se dijo, con determinación: “–Ya no más presa, ya no más”. Y de repente se vio parada en la cornisa de la habitación, y se sintió capaz de alzar el vuelo, se alisó la ropa, y abrió sus alas, tomó una respiración honda, cerró los ojos y se lanzó al vacío. Estaba volando, no lo podía creer, primero rasando por los techos de las casas, y luego surcando el cielo volando alto, muy alto hacia el Ávila. Desde allí pudo ver sus bosques, el Humboldt que se plateaba con los rayos de la mañana, sus pequeños ríos, los sembradíos de claveles y tulipanes, la gente que subía trotando se veía pequeñita,  así como los que araban los terrenos marrones. Llegó al mar, lo vio azul y plata a lo lejos. Lo distinguió y se le hinchó el pecho de emoción, siempre le sucede cuando ve el mar, azul e inmenso, majestuoso entre las montañas verdes y arañadas por la furia del agua. Le encantó esa visión desde arriba, el rostro húmedo por el salitre y el corazón agradecido. Con esa sensación se despertó Clara.

Ese día se levantó de prisa, como todos los días, y se fue al baño, se miró al espejo y sonrió. Esa mañana luego bañarse largamente, sin perder de vista un agujerito que había en el tragaluz, decidió tomarse el día para celebrar que había aprendido a volar.



 Versión modificada del Cuento publicado en Literautas http://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-30/4562#comment-66579

lunes, 30 de noviembre de 2015

¿Solo estás cansada o hay algo más?


Noviembre 29


¿Solo estás cansada o hay algo más?
Una amenaza de lumbalgia me ha hecho recurrir a los relajantes musculares y a pedir a gritos un descanso, un alto. Más de una semana sin escribir, me parece insólito que no haya tenido el tiempo, pero sobre todo las energías para hacerlo. De nuevo mi cuerpo está resentido, me ha reclamado: –¿con qué trabajando desde el deber y no desde el querer? ¿Con que esas tenemos? Vuelvo a experimentar el cansancio y la sensación de que no doy más, de que me he exigido mucho y solo deseo descansar, bajarme del tren de las cosas pendientes, de lo que hay que hacer, mejorar, pagar, arreglar,...
Quizás sigo vinculándome solo con la responsabilidad jeje. Es muy probable que siga ocupándome de más cosas de las que me corresponden, y aunque reconozco que he mejorado notablemente, todavía puedo seguir delegando, diciendo que NO, descansando en quienes están a mi lado, confiando, exigiendo menos de mí y de las circunstancias, simplificando.
En el fondo tengo la sensación de que hay tanto por hacer. Primero conmigo, con mi casa y mi familia, y con este país en el que todo está por construirse y por hacerse, hay tanta necesidad y dolor afuera, ¿cómo quedarme quieta? Sé que hay diferencia entre indiferente y quieta, pero todavía no la asimilo. Siempre tengo en la boca el sabor de que puedo hacer más, dar más, ¡terrible autoexigencia!, ¿cuándo llegarás a mi vida bendita ponderación?, ¿cuándo cesarás impaciencia? Si todo, como dice una canción de Juan Luis Guerra, tiene su momento.
Es terrible no poder reconocer las limitaciones humanas y querer tener más fuerzas, semejante insolencia tiene sus consecuencias. El cuerpo sabiamente me lo recuerda, avisa cuando mis creencias o mis actuaciones son disonantes en el concierto de la vida. No lo hace para castigarme, sino con la intención de hacerme ver lo que no es perceptible para mi programación, hay que desinstalar ese software o pedir una actualización.
Eso te pido hoy Señor, en medio de este cansancio, al inicio de este tiempo de adviento, ayúdame a aceptarme humana, pequeña y limitada. Permíteme también ver lo que he hecho en pro, a recoger la cosecha con gusto –sin demasiadas exigencias-, a no sentir culpa en medio de mi descanso ni en el del otro, permíteme encontrarte en la oración para poder salir con tu fortaleza y no desde la mía. Enséñame a cómo es que se disfruta de la vida, de lo simple y de lo pequeño, ayúdame que yo no sé, pero deseo con todo mi corazón aprender  hacerlo, sé que tengo un maestro en casa, pero me cuesta aprenderlo con él.  

domingo, 22 de noviembre de 2015

¿Todo eso por un papel?


Noviembre 21

¿Todo eso por un papel?

A principios de esta semana, buscando un título universitario que había traspapelado, me tropecé con muchos recuerdos. El extravío de ese documento, sobre todo su búsqueda, me contactó con el modo en cómo me fui del lugar donde trabajé con tanto afán por 27 años. Sí, hace dos años que solicité la jubilación, y al cumplir con todo lo requerido, prácticamente salí huyendo. Quise apartarme de esa realidad que yo relacionaba con todos los malestares que por esa época me aquejaban. Me habían diagnosticado síndrome del cansancio extremo y fibromialgia, durante ese tiempo, requerí reposo en cama, rehabilitación, y acudí al médico como pocas veces lo había hecho antes en mi vida. Había gastado muy a prisa mis cartuchos y ahí estaban los resultados. De muchas maneras mi cuerpo gritaba pidiendo un cambio de hábitos, un cambio de perspectiva, una visión diferente, radicalmente diferente de mi relación conmigo, con Dios y con la vida.

A través de mi participación en un taller para pacientes con fibromialgia y de su conductora: Auxiliadora, logré comenzar a comprender lo que los dolores de mi cuerpo clamaban de mí, pedían que hiciera las cosas de manera diferente a cómo las había vendido haciendo hasta ese momento. ¿Pero cómo? Eso de cambiarse el disco duro, de formatearlo, no es cosa que se diga y ni se haga con rapidez y facilidad. El Señor me envió su auxilio en la persona de esa terapeuta, quien me acercó a otra perspectiva respecto al dolor y su sanación. Casi desde esa época practico, con bastante frecuencia, el Liang Gong para ayudar a los músculos a borrar su memoria de dolor y contracción. También tomé la decisión de jubilarme, y con ella muchas decisiones más: –El primer año estaría destinado para ocuparme de mí, para conocerme y mejorar las relaciones con quienes vivo y amo más.

Jurungando todos los papeles que había dejado en la oficina me tropecé con una infinidad de sensaciones y recuerdos: noticas de amigas o compañeras de trabajo, con sus letras tan familiares que no necesitan firma; tarjetas de cumpleaños,  invitaciones, cartas de Eligio, algunos dibujitos hechos por mí, fotos de Leo con mis sobrinos (todos chiquitos), y papeles y más papeles llenos de memoria, de momentos, de olores y apegos. Me senté toda una mañana frente a una enorme bolsa negra de basura, abría las gavetas del archivo e iba revisando, iba lanzando años de estudios, de reuniones, de proyectos, de sueños institucionales, que convirtieron en parte de mi existencia, materiales y artículos, infinidad de textos que me hacían recordar, con nostalgia, ratos de estudio y algunos dolores de cabeza.


De veras que puedo afirmar que he pasado gran parte de mi vida escribiendo, siempre  me mantuve conectada con la pasión por la palabra escrita, incluso para que la gente pudiera acercarse a ella de forma menos dolorosa y más efectiva. ¿Cuántos escritos he leído y corregido? ¿Cuánta palabra derrochada y sin lectores ávidos de devorarla? ¿Cuántas técnicas utilizadas para mejorar su aprendizaje y su enseñanza? Algunas acertadas, otras fallidas. ¿Habrá valido la pena tanto ahínco y tanto afán? Creo que sí dejamos huellas por los lugares donde pasamos tantos años, así me lo hacen sentir cuando regreso o cuando me piden un curso o una asesoría. Pero también sé que al irme todo sigue su curso –menos mal– y pareciera que nadie te echa de menos, eso te hace consciente de que no eres indispensable, y esa lección la necesitamos aprender, sobre todo aquellas personas, que como yo, hicimos del trabajo una especie de “hogar”.

       La búsqueda de ese preciado documento me puso por delante la tarea de terminar de irme de mi antigua oficina, ya que tenía dos años posponiéndolo una y otra vez. Y así fue como en mi segundo intento de búsqueda, en un cuartico de cachivaches que hay en la oficina, encontré una caja de cartón grueso donde tenía organizadas todas las cosas que me iba a traer para la casa. Ahí junto con los portalápices, los bolígrafos, con las fotos que tenía el escritorio, estaba el tan buscado título.¡Al fin acepté que me jubilé!

jueves, 19 de noviembre de 2015

¿Cómo le digo a mi cuerpo?



Noviembre 18

¿Cómo le digo a mi cuerpo?

Querido cuerpo:

Te conozco y te siento adolorido y contraído desde hace algún tiempo, luego de mucho cavilar, creo que puedo llegar a algunas conclusiones. Sé que le estás huyendo a aquella que se construyó en la soledad de la torre de marfil, la que bruñó sus armas durante el castigo y terminó deprimida en una cama. Huyes de aquella, de cuyo afán no te quieres acordar, de la que no podía hurgar hacia adentro porque sólo encontraba heridas, quejas y guerras. Sé que huyes de quien se zambulló en el trabajo, en los estudios, en muchas ocupaciones tras una fatua recompensa; quedándose sola y dejando solos al marido y al hijo, y a cuanto amor filial o familiar demandara su tiempo y atención. Sales despavorido, huyendo de aquella mujer agotada que pidió posponerle el cumpleaños a su padre para-poder-dormir-un-ratico-más en el sofá de la casa materna. Huyes de aquella que olvidó cómo sumergirse en la pasión porque todo se volvió deber y obligación. Le temes a aquella que hizo todo por disfrazarse, por esconderse, por doblegarse, por enviar a la sombra a la bulliciosa, a la bohemia, a  la sensible, a la que podría sentir pasión comiéndose un mango de hilacha o mordiendo los labios carnosos de su esposo. Sé que no deseas volver a ser “la ocupada por tu bien”, la cansada, la que tiene una queja permanente en los labios, pero no sabe dejarse ayudar, la autosuficiente. Ni de broma quieres tropezarte con lo que fue la causa de la pérdida del disfrute, de la compañía de tu marido para hacer las cosas.

¿Cómo te digo cuerpo que puedes dejar de estar erizado como un gato herido? ¿Cómo hago para hacerte comprender que he cambiado, que no te someteré a agotadoras e interminables jornadas de trabajo hasta caer desfallecida sobre la cama? ¿Cómo apago tus luces de emergencia? ¿Cómo desinstalo el miedo que gobierna tu tensión muscular? ¿Cómo te digo que voy a pedir ayuda, que voy a descansar, que ya no me creo perfecta, que hay otras necesidades que satisfacer, que me importan mi esposo, mi hijo, mis padres, mis amigas, el servicio… y que todo tiene un lugar en mi corazón? ¿Cómo te convenzo de que no se me subirán a la cabeza los títulos y la trayectoria académica hasta quererlas enarbolar en el sitio más alto o más visible? ¿Cómo te explico que no estaré interminables jornadas buscando que me digan lo que ya sé o lo que no he podido saber? ¿Cómo te recrimino la voz de alarma, la sabiduría divina inscrita en mis células? Sé que tú nunca mientes y por eso le pregunto a estos dolores que aúllan durante día y noche: ¿qué tesoros tienen escondidos para mí? ¿Qué desconocida prenda hay debajo de tanta crispación?

Todas estas aprensiones que se despiertan consciente e inconscientemente necesitan aprender que en ninguna labor estoy sola, que la asistencia divina no me desampara, y que  esa convicción otorga la paz interior. ¿Qué otro reconocimiento necesito aparte del mío? ¿Cómo hago para trabajar desde el placer y no desde la exigencia? ¿Cómo suavizo mi obsesión perfeccionista? ¿Cómo pido ayuda o acepto la que me ofrecen antes de colapsar? ¿Cómo hago para no salir huyendo? Pongo todos estos temores manifiestos en manos del Señor, aquí estoy aprendiendo a confiar en ti para cualquier tarea.      


Hoy quiero reconocer el camino recorrido y los frutos recogidos durante el transitar. Hoy deseo afirmar, desde dentro y con convicción, que soy capaz de volver a las lides sin que por ello deje allí el cuero y quede la carne viva ardiendo bajo el sol. Que la recompensa llega sin necesidad de que haya competencia, que es suficiente estímulo compartir lo que sé y lo que la experiencia me ha enseñado. Que dar ya es suficiente, la forma en cómo la gente lo reciba no tiene nada que ver con lo que eres, a veces tiene que ver más con ellos que contigo. No es necesario brillar, solo requiero dejar traslucir la luz que hay dentro, contagiar a quienes estén a mi lado de lo que es mi verdadera pasión. Creer en mí, no consiste en esperar que los otros me afirmen o me aplaudan. Es suficiente haber sido honesta con lo que llevo para compartir, tanto para reconocer lo que he aprendido como lo que me falta por conocer.


Sin más que decirte, sino que estoy aprendiendo a amarte, 
Tuya, María Inés

lunes, 16 de noviembre de 2015

¿Qué tiene que ver Bartimeo con Lousie Hay?



Noviembre 14
¿Qué tiene que ver Bartimeo con Lousie Hay?

“Necesitamos cuidar muy bien nuestro cuerpo. Necesitamos tener una actitud mental positiva hacia nosotros mismos y hacia la vida. Necesitamos además una fuerte conexión espiritual. Cuando están equilibradas estas tres cosas, sentimos alegría de vivir.” Así dice Louise Hay en su libro Sana tu Vida. Ese pequeño libro de los años 80 contiene muchas afirmaciones válidas, pero la más valiosa, a mi juicio, es la siguiente: “Ningún médico, ningún terapeuta nos puede dar esto si no nos decidimos a participar en nuestro proceso de curación.”
Ni siquiera Jesús puede curarnos sin nuestro consentimiento, así lo leemos en el evangelio de Marcos. Jesús había llegado a Jericó rodeado por una multitud de seguidores, ahí estaba Bartimeo, a la orilla del camino, el ciego clamó: —¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Luego de escuchar su ruego Jesús lo llamó y éste “arrojando la capa, dio un salto y se acercó a Jesús. —¿Qué quieres que haga por ti? —le preguntó. —Rabí, quiero ver —respondió el ciego. (Mc 10, 46-52). Ahora me pregunto, además de clamar, ¿qué necesito hacer para dejarme sanar por Jesús? ¿Qué me enseña este ciego? Bartimeo arroja su capa y se pone en el camino, busca a Jesús y lo escucha, y sabe de qué desea ser curado. ¿Acaso sé de qué estoy enferma o cuál es la causa de mi ceguera?  ¿Estoy dispuesta a preguntarle a alguien y dejarme ayudar? ¿Deseo ser activa en mi proceso de sanación o estoy esperando un abracadabra? Me pregunto, te pregunto.
Y ahora de nuevo escuchamos la voz de Louise, “Este librito no «sana» a nadie. Lo que sí hace es despertar la capacidad de contribuir al propio proceso curativo.” Esa sinceridad respecto al proceso de sanación me reconcilia un poco con esa literatura, que tanto consumimos hoy día, la de autoayuda. Hablo en primera persona porque he leído bastantes libros bajo esa etiqueta, pero no por ello todos son sinónimo de cierta autosuficiencia, de esa que caracteriza a muchos de quienes nos movemos en lo efímero que es todo en el mundo de hoy.
Yo me curo sola, me ayudo a mí misma, me dirijo sola,… leo un libro y ya, convenzo a mi mente de algunas verdades que no requieran de mucha interiorización y listo, ¡me autoayudé! Esto último lo digo porque así lo hice en muchas ocasiones, porque más de una vez quise pagarme y darme el vuelto (o el cambio). Incluso en plena oración frente al Señor sólo fui a hablar y a pedir, no sabía otra forma de hacerlo, -haz silencio me recomendaba un cura amigo-, y yo me sentía terrible porque ante el mandato de silencio mi mente se alborotaba más y más, haciéndose casi imposible acallarla, entonces mis músculos se contraían y la mente se concentraba en mantenerlos así bien portaditos y rígidos. De esa forma no había manera de que yo iniciara algún viaje interior, entonces en mi caso, la lectura de Louise solita no me sirvió, no me era útil porque sólo alborotaba mis culpas y mis sentimientos perfeccionistas.
Pero al igual que Bartimeo, el Señor no desatendió mis súplicas, comencé a no querer estar más en la orilla del camino y, de la mano de mi hijo regresé; y Jesús, de nuevo, conquistó mi corazón. Luego de un tiempo con la ayuda de mi terapeuta, -a quien también me llevó mi hijo-, comencé ese lento  proceso de sanación, pero acompañada: otra voz me guiaba,  otro oído me escuchaba y no me juzgaba tan duramente como yo lo hacía. Entonces fue posible comenzar a quitarme la capa y a buscar dentro de mí. No ha sido fácil, pero sé que llegué a ese consultorio con una decisión tomada, con una súplica escondida en mi garganta: —¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Y Él, que la tuvo desde siempre, esperó a que yo quisiera, a que estuviera dispuesta a pedirle: –¡Quiero ver! Todavía continúa enviándome su luz, sus ángeles, respetando mi tiempo y haciéndome conocer mis limitaciones,…  Todavía ante el mandato de silencio interior hay una reacción de rigidez muscular, pero al menos sé que la hay, y puedo relajar. También tengo un trecho de camino, podado y sin mucha maleza, por donde andar hacia mi interior, con ayuda y sin dejar de escribir ni de orar, algún día llegaré al centro donde ambos en un  abrazo de amor podremos al fin juntos bailar.