jueves, 19 de noviembre de 2015

¿Cómo le digo a mi cuerpo?



Noviembre 18

¿Cómo le digo a mi cuerpo?

Querido cuerpo:

Te conozco y te siento adolorido y contraído desde hace algún tiempo, luego de mucho cavilar, creo que puedo llegar a algunas conclusiones. Sé que le estás huyendo a aquella que se construyó en la soledad de la torre de marfil, la que bruñó sus armas durante el castigo y terminó deprimida en una cama. Huyes de aquella, de cuyo afán no te quieres acordar, de la que no podía hurgar hacia adentro porque sólo encontraba heridas, quejas y guerras. Sé que huyes de quien se zambulló en el trabajo, en los estudios, en muchas ocupaciones tras una fatua recompensa; quedándose sola y dejando solos al marido y al hijo, y a cuanto amor filial o familiar demandara su tiempo y atención. Sales despavorido, huyendo de aquella mujer agotada que pidió posponerle el cumpleaños a su padre para-poder-dormir-un-ratico-más en el sofá de la casa materna. Huyes de aquella que olvidó cómo sumergirse en la pasión porque todo se volvió deber y obligación. Le temes a aquella que hizo todo por disfrazarse, por esconderse, por doblegarse, por enviar a la sombra a la bulliciosa, a la bohemia, a  la sensible, a la que podría sentir pasión comiéndose un mango de hilacha o mordiendo los labios carnosos de su esposo. Sé que no deseas volver a ser “la ocupada por tu bien”, la cansada, la que tiene una queja permanente en los labios, pero no sabe dejarse ayudar, la autosuficiente. Ni de broma quieres tropezarte con lo que fue la causa de la pérdida del disfrute, de la compañía de tu marido para hacer las cosas.

¿Cómo te digo cuerpo que puedes dejar de estar erizado como un gato herido? ¿Cómo hago para hacerte comprender que he cambiado, que no te someteré a agotadoras e interminables jornadas de trabajo hasta caer desfallecida sobre la cama? ¿Cómo apago tus luces de emergencia? ¿Cómo desinstalo el miedo que gobierna tu tensión muscular? ¿Cómo te digo que voy a pedir ayuda, que voy a descansar, que ya no me creo perfecta, que hay otras necesidades que satisfacer, que me importan mi esposo, mi hijo, mis padres, mis amigas, el servicio… y que todo tiene un lugar en mi corazón? ¿Cómo te convenzo de que no se me subirán a la cabeza los títulos y la trayectoria académica hasta quererlas enarbolar en el sitio más alto o más visible? ¿Cómo te explico que no estaré interminables jornadas buscando que me digan lo que ya sé o lo que no he podido saber? ¿Cómo te recrimino la voz de alarma, la sabiduría divina inscrita en mis células? Sé que tú nunca mientes y por eso le pregunto a estos dolores que aúllan durante día y noche: ¿qué tesoros tienen escondidos para mí? ¿Qué desconocida prenda hay debajo de tanta crispación?

Todas estas aprensiones que se despiertan consciente e inconscientemente necesitan aprender que en ninguna labor estoy sola, que la asistencia divina no me desampara, y que  esa convicción otorga la paz interior. ¿Qué otro reconocimiento necesito aparte del mío? ¿Cómo hago para trabajar desde el placer y no desde la exigencia? ¿Cómo suavizo mi obsesión perfeccionista? ¿Cómo pido ayuda o acepto la que me ofrecen antes de colapsar? ¿Cómo hago para no salir huyendo? Pongo todos estos temores manifiestos en manos del Señor, aquí estoy aprendiendo a confiar en ti para cualquier tarea.      


Hoy quiero reconocer el camino recorrido y los frutos recogidos durante el transitar. Hoy deseo afirmar, desde dentro y con convicción, que soy capaz de volver a las lides sin que por ello deje allí el cuero y quede la carne viva ardiendo bajo el sol. Que la recompensa llega sin necesidad de que haya competencia, que es suficiente estímulo compartir lo que sé y lo que la experiencia me ha enseñado. Que dar ya es suficiente, la forma en cómo la gente lo reciba no tiene nada que ver con lo que eres, a veces tiene que ver más con ellos que contigo. No es necesario brillar, solo requiero dejar traslucir la luz que hay dentro, contagiar a quienes estén a mi lado de lo que es mi verdadera pasión. Creer en mí, no consiste en esperar que los otros me afirmen o me aplaudan. Es suficiente haber sido honesta con lo que llevo para compartir, tanto para reconocer lo que he aprendido como lo que me falta por conocer.


Sin más que decirte, sino que estoy aprendiendo a amarte, 
Tuya, María Inés

No hay comentarios:

Publicar un comentario