domingo, 22 de noviembre de 2015

¿Todo eso por un papel?


Noviembre 21

¿Todo eso por un papel?

A principios de esta semana, buscando un título universitario que había traspapelado, me tropecé con muchos recuerdos. El extravío de ese documento, sobre todo su búsqueda, me contactó con el modo en cómo me fui del lugar donde trabajé con tanto afán por 27 años. Sí, hace dos años que solicité la jubilación, y al cumplir con todo lo requerido, prácticamente salí huyendo. Quise apartarme de esa realidad que yo relacionaba con todos los malestares que por esa época me aquejaban. Me habían diagnosticado síndrome del cansancio extremo y fibromialgia, durante ese tiempo, requerí reposo en cama, rehabilitación, y acudí al médico como pocas veces lo había hecho antes en mi vida. Había gastado muy a prisa mis cartuchos y ahí estaban los resultados. De muchas maneras mi cuerpo gritaba pidiendo un cambio de hábitos, un cambio de perspectiva, una visión diferente, radicalmente diferente de mi relación conmigo, con Dios y con la vida.

A través de mi participación en un taller para pacientes con fibromialgia y de su conductora: Auxiliadora, logré comenzar a comprender lo que los dolores de mi cuerpo clamaban de mí, pedían que hiciera las cosas de manera diferente a cómo las había vendido haciendo hasta ese momento. ¿Pero cómo? Eso de cambiarse el disco duro, de formatearlo, no es cosa que se diga y ni se haga con rapidez y facilidad. El Señor me envió su auxilio en la persona de esa terapeuta, quien me acercó a otra perspectiva respecto al dolor y su sanación. Casi desde esa época practico, con bastante frecuencia, el Liang Gong para ayudar a los músculos a borrar su memoria de dolor y contracción. También tomé la decisión de jubilarme, y con ella muchas decisiones más: –El primer año estaría destinado para ocuparme de mí, para conocerme y mejorar las relaciones con quienes vivo y amo más.

Jurungando todos los papeles que había dejado en la oficina me tropecé con una infinidad de sensaciones y recuerdos: noticas de amigas o compañeras de trabajo, con sus letras tan familiares que no necesitan firma; tarjetas de cumpleaños,  invitaciones, cartas de Eligio, algunos dibujitos hechos por mí, fotos de Leo con mis sobrinos (todos chiquitos), y papeles y más papeles llenos de memoria, de momentos, de olores y apegos. Me senté toda una mañana frente a una enorme bolsa negra de basura, abría las gavetas del archivo e iba revisando, iba lanzando años de estudios, de reuniones, de proyectos, de sueños institucionales, que convirtieron en parte de mi existencia, materiales y artículos, infinidad de textos que me hacían recordar, con nostalgia, ratos de estudio y algunos dolores de cabeza.


De veras que puedo afirmar que he pasado gran parte de mi vida escribiendo, siempre  me mantuve conectada con la pasión por la palabra escrita, incluso para que la gente pudiera acercarse a ella de forma menos dolorosa y más efectiva. ¿Cuántos escritos he leído y corregido? ¿Cuánta palabra derrochada y sin lectores ávidos de devorarla? ¿Cuántas técnicas utilizadas para mejorar su aprendizaje y su enseñanza? Algunas acertadas, otras fallidas. ¿Habrá valido la pena tanto ahínco y tanto afán? Creo que sí dejamos huellas por los lugares donde pasamos tantos años, así me lo hacen sentir cuando regreso o cuando me piden un curso o una asesoría. Pero también sé que al irme todo sigue su curso –menos mal– y pareciera que nadie te echa de menos, eso te hace consciente de que no eres indispensable, y esa lección la necesitamos aprender, sobre todo aquellas personas, que como yo, hicimos del trabajo una especie de “hogar”.

       La búsqueda de ese preciado documento me puso por delante la tarea de terminar de irme de mi antigua oficina, ya que tenía dos años posponiéndolo una y otra vez. Y así fue como en mi segundo intento de búsqueda, en un cuartico de cachivaches que hay en la oficina, encontré una caja de cartón grueso donde tenía organizadas todas las cosas que me iba a traer para la casa. Ahí junto con los portalápices, los bolígrafos, con las fotos que tenía el escritorio, estaba el tan buscado título.¡Al fin acepté que me jubilé!

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