Octubre 22
Cocinar o escribir ¿es igual?
¡Qué horrible! No sé sobre qué escribir… estoy algo cansada
físicamente y no quiero exigirme, a veces sentarme ante el teclado es un
alivio, pero otras resulta todo un reto (suspiro). Para variar, hoy cuando
cocinaba el almuerzo comencé a pensar sobre lo que quería escribir en el blog y
saltaron las liebres por todas partes, se parecían a los conejitos que vomitaba
aquel personaje de un cuento de Cortázar (Carta
a una señorita en París, les recomiendo su lectura). A veces, mientras literalmente preparo la comida, en mi inquieta cabeza comienza a cocinarse un texto, surge una idea, algo
para reflexionar o compartir crece junto a lo que guiso. Sumándose a los
olores, a los aromas, a los saberes y a los sabores en mi cocina entran un
montón de ideas, de personajes, de pronto ese pequeñísimo espacio del
apartamento está inundado por mis abuelas, por mi mamá, mis amigas o mis tías
que con sus recetas y sus legados han dejado huellas en mi comida y en mi
corazón.
Yo no tenía idea de la cantidad de trucos y normas que hay en eso
de hacer comida hasta que me tocó irle enseñando a mi esposito, quien ingresó
al misterioso mundo de la cocina doméstica hace poco tiempo. De pronto me
encuentro diciéndole: -Mira, antes de pelar un pepino se cortan ambos extremos
y se frotan contra la parte blanca. Él me mira un poco extrañado por
el ritual y me pregunta: -¿Y eso para qué es? –Aaaah bueno… eso se hace para
que no caiga pesado, y así puedas sacarle toda la lechita blanca, esa que cae
mal, ¿ves?, y yo seguía diciéndole ... -Eso me lo enseñó la mamá de Rosita, ¿te
acuerdas? ¿Aquella que trabajó conmigo en el liceo? Y así como ellas, entran y
salen un montón de mujeres diariamente a nuestra minúscula cocina. Mi madre es
una tácita y permanente presencia, ella fue quien me introdujo en la alquimia de
lo que significa alimentar a la familia o a cualquiera que venga a tu casa. Mientras
la veo entrar y salir de mis recetas, me contacto con sus mañas, sus sabores y
los de mi abuela,… y a veces Eligio,
molesto por mi dictadura femenina y familiar suelta: -¡Eres-igualita-a-tu-mamá!
(me causa gracia su reacción genealógica) Y tiene razón, porque ahí en la
cocina, por lo menos en ésta, las mujeres de mi familia mandamos jajaja
Hoy recordé un hermosísimo libro
de Rosa Montero llamado La Loca de la Casa, ese libro habla sobre la escritura lo
que es y lo que significa para muchos escritores y escritoras, textualmente me lo
devoré en un viaje en autobús al regreso de Caracas, un liberador octubre del año
2006. Al meter de nuevo mis narices en el libro comencé a sentir la misma pasión,
la misma empatía por la vida algunos escritores y sus anécdotas con la escritura.
Al leer lo que pasaba en su imaginación me sentí una de ellos y por eso hoy
quiero escribirle a ella… a la llamada por Santa Teresa: la loca de la casa, a
mi querida y maniática imaginación.
Y ahí, en medio de todo eso estás tú y comienzas
a jugar con algún tema o yo juego contigo a inventarnos mundos y hacernos ideas
sobre la gente y las cosas que pasan a nuestro alrededor. Sin ella no habría
podido construir mi torre de marfil cuando me sentí una doncella castigada y en
apuros, tampoco me hubiese podido imaginar al príncipe y mi soñado rescate. Sin
ti, querida imaginación, no hubiese podido inventarme los mil y un cuentos para
no morir de vergüenza porque no me dejaban hacer o vestir lo-que-estaba-de-moda cuando era una adolescente. A ti te debo poder viajar, vivir,
sentir y llorar junto con los personajes de los tantos libros o películas que
disfruto y he disfrutado en mi vida. Juntas hemos construido y derribado
reinados, juntas hemos cruzado temibles bosques oscuros en búsqueda de la luz,
siempre me has acompañado, y aunque a veces he intentado encerrarte en una
serie de preceptos cuadrados, sin permitirte volar, hoy juntas podemos hacerlo y
seguir la pista de las migas de pan para llegar a la casa de la bruja sin permitir
que su apariencia monstruosa nos amilane hasta recuperar la llama ardiente. Juntas
seguiremos recorriendo los caminos de la escritura, sin grandes alardes, sin
pasarelas ni alfombras rojas, ni siquiera noches de fiesta familiar. Total, la
conquista es nuestra y sólo le pido a Dios que me permita verla, reconocerla y
celebrarla.
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