Noviembre 18
¿Cómo le
digo a mi cuerpo?
Querido
cuerpo:
Te conozco
y te siento adolorido y contraído desde hace algún tiempo, luego de mucho cavilar,
creo que puedo llegar a algunas conclusiones. Sé que le estás huyendo a aquella
que se construyó en la soledad de la torre de marfil, la que bruñó sus armas
durante el castigo y terminó deprimida en una cama. Huyes de aquella, de cuyo afán no te quieres acordar, de la
que no podía hurgar hacia adentro porque sólo encontraba heridas, quejas y guerras. Sé
que huyes de quien se zambulló en el trabajo, en los estudios, en muchas
ocupaciones tras una fatua recompensa; quedándose sola y dejando solos al
marido y al hijo, y a cuanto amor filial o familiar demandara su tiempo y atención.
Sales despavorido, huyendo de aquella mujer agotada que pidió posponerle el cumpleaños
a su padre para-poder-dormir-un-ratico-más
en el sofá de la casa materna. Huyes de aquella que olvidó cómo sumergirse en
la pasión porque todo se volvió deber y obligación. Le temes a aquella que hizo
todo por disfrazarse, por esconderse, por doblegarse, por enviar a la sombra a
la bulliciosa, a la bohemia, a la
sensible, a la que podría sentir pasión comiéndose un mango de hilacha o
mordiendo los labios carnosos de su esposo. Sé que no deseas volver a ser “la
ocupada por tu bien”, la cansada, la que tiene una queja permanente en los labios, pero no
sabe dejarse ayudar, la autosuficiente. Ni de broma quieres tropezarte con lo que
fue la causa de la pérdida del disfrute, de la compañía de tu marido para hacer
las cosas.
¿Cómo te
digo cuerpo que puedes dejar de estar erizado como un gato herido? ¿Cómo hago
para hacerte comprender que he cambiado, que no te someteré a agotadoras e
interminables jornadas de trabajo hasta caer desfallecida sobre la cama? ¿Cómo
apago tus luces de emergencia? ¿Cómo desinstalo el miedo que gobierna tu
tensión muscular? ¿Cómo te digo que voy a pedir ayuda, que voy a descansar, que
ya no me creo perfecta, que hay otras necesidades que satisfacer, que me importan
mi esposo, mi hijo, mis padres, mis amigas, el servicio… y que todo tiene un
lugar en mi corazón? ¿Cómo te convenzo de que no se me subirán a la cabeza los
títulos y la trayectoria académica hasta quererlas enarbolar en el sitio más
alto o más visible? ¿Cómo te explico que no estaré interminables jornadas
buscando que me digan lo que ya sé o lo que no he podido saber? ¿Cómo te
recrimino la voz de alarma, la sabiduría divina inscrita en mis células? Sé que
tú nunca mientes y por eso le pregunto a estos dolores que aúllan durante día y
noche: ¿qué tesoros tienen escondidos para mí? ¿Qué desconocida prenda hay
debajo de tanta crispación?
Todas estas
aprensiones que se despiertan consciente e inconscientemente necesitan aprender que en ninguna labor estoy sola, que la asistencia divina no me desampara, y que esa convicción otorga la paz interior. ¿Qué otro reconocimiento necesito aparte del mío?
¿Cómo hago para trabajar desde el placer y no desde la exigencia? ¿Cómo suavizo
mi obsesión perfeccionista? ¿Cómo pido ayuda o acepto la que me ofrecen antes
de colapsar? ¿Cómo hago para no salir huyendo? Pongo todos estos temores manifiestos
en manos del Señor, aquí estoy aprendiendo a confiar en ti para cualquier
tarea.
Hoy
quiero reconocer el camino recorrido y los frutos recogidos durante el
transitar. Hoy deseo afirmar, desde dentro y con convicción, que soy capaz de
volver a las lides sin que por ello deje allí el cuero y quede la carne viva
ardiendo bajo el sol. Que la recompensa llega sin necesidad de que haya
competencia, que es suficiente estímulo compartir lo que sé y lo que la
experiencia me ha enseñado. Que dar ya es suficiente, la forma en cómo la gente
lo reciba no tiene nada que ver con lo que eres, a veces tiene que ver más con
ellos que contigo. No es necesario brillar, solo requiero dejar traslucir la
luz que hay dentro, contagiar a quienes estén a mi lado de lo que es mi
verdadera pasión. Creer en mí, no consiste en esperar que los otros me afirmen
o me aplaudan. Es suficiente haber sido honesta con lo que llevo para compartir,
tanto para reconocer lo que he aprendido como lo que me falta por conocer.
Sin más
que decirte, sino que estoy aprendiendo a amarte,
Tuya, María Inés
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