Junio 7
¿De qué forma has tomado las decisiones importantes
de tu vida? ¿Desde tu fuero interior, tu corazón y tu razón o conducida por los
demás? ¿Quizás eres capaz de dejarlo todo en manos de Dios? Cuando te
arrepientes de una decisión tomada a quién le achacas la responsabilidad: ¿la
asumes tú o se la endilgas a los demás o le echas la culpa a Dios? Son
preguntas que me asaltan de vez en cuando, en eso de echar para atrás, en eso
de querer decidir lo que ahora me toca hacer con mi vida, con esta vida
jubilada y cincuentona. En estos días me llamó una conocida, para preguntarme
un número de teléfono, y me dijo: “La ingenuidad con la que a veces tomamos
algunas decisiones, nos impiden prever las consecuencias que tendrán esos actos
que no están alineados con nuestro ser, y eso daña nuestros órganos, nos
enferma, eso me dijo”.
¿Y de
dónde proviene esa ingenuidad?- me pregunto. De la falta de contacto conmigo
misma, de no permitirme decidir ni siquiera haciendo caso a mi intuición, esa
gracias a Dios prevalece, de pensar en el otro, en el deber ser, en lo que creo
debería hacer como esposa, como mamá, como cristiana, como hija …, como …, y la pregunta es: ¿qué
quieres tú? ¿Lo sabes? ¿Te atreves a admitir que tu interior a veces no quiere
hacer lo que se debe hacer, lo que tú crees que los otros esperan de ti?
Todavía no me atrevo con frecuencia, pero estoy dispuesta a respirar y
preguntarme, a no decidir a la carrera, sin tomarme un tiempo y medir las
consecuencias, y si estoy dispuesta a asumirlas sin echárselo en cara a nadie.
Entonces, ahí, comenzaré a ser responsable por mis propios actos, y mis
decisiones, correctas o incorrectas fueron tomadas desde mí y por mí, y aunque
solicite el auxilio de Dios, Él inscribió en mi corazón sus leyes para que me
fueran gratas y no llegaran desde la imposición, desde el deber, y en oración
me encuentro conmigo y con ese Dios que vive en mí.
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