¿Una tacita de café?
Junio 2
Esta tarde, después de
una breve siesta, me levanté con deseos de tomarme una tacita de café, adoro
esos pequeños antojos. Resuelta a cumplirlo me levanté y me fui directo a la
cocina. Chanfles, no tengo café molido, bueeeee… con mi rapidez característica
tomé la lata de leche donde lo guardo y suaz, se desparramó por el piso de
granito una buena parte de su contenido. De pronto, como una niña temerosa me
capturé apresurada
por recoger el reguero antes de que llegaran mi esposo o mi hijo. No-lo–podía-creer,
me detuve en el acto, y en medio de la cocina me quedé observándome a mí
misma, con presbicia y sin lentes, tratando de no quedar mal, de no tener que
hacer evidente un descuido, una falla, una tontería en realidad, gritó en el
silencio del apartamento, de mi habitación interior, y una voz me dijo:
DETENTE, y casi llorando comencé a tratar de distinguir con mucha calma cada
grano de café para diferenciar entre los granos del piso y las olorosas y
tostadas semillas, que en mi arrebato inicial había pisado.
Respiré lenta y
pausadamente, y miré suavemente mi cuerpo que ya estaba engatillado, temiendo
la crítica, temiendo ya no sé qué… y me puse a disfrutar de lo que estaba
haciendo, a contactar con lo que realmente ocurría y no lo que mi aprendizaje
anterior repetía. Respiré y comencé a olerme las manos, a sentir como tenía
tiempo que no sentía, a utilizar mis sentidos y olvidarme de lo que dijeran,
¿qué pasa si te equivocas? ¿Acaso no puedes fallar? ¿Tienes que estar siempre a
la defensiva aunque no haya nadie que te vigile? Dios mío, qué horror. Cuánto
tiempo sólo reaccionando a un condicionamiento, cuántos años respondiendo a una
supervisión, a una tiranía, a un despotismo que ya no existe. ¿Cómo le he
construido un hogar donde habitar al miedo a equivocarme?, al temor, a la
desconfianza en mi misma, al perfeccionismo, encapsulando mis sentidos, por eso
me duele la espalda, el lugar donde nacen las alas, entre mis escápulas, así se
siente una mariposa cuando es su tiempo de salir de la crisálida, ya no soporta
el encierro, las limitaciones de su hermoso capullo color oro. Y me vi ciega, así como Tobías (el personaje de la biblia), quien perdió la vista de sus ojos físicos porque desde
años atrás ya no podía ver la bondad de Dios en su limitación humana, en su
enfermedad. Eso es, no me estaba permitida
la debilidad, tenía que ser fuerte.
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