Junio 6
Hay días, como el de ayer, en que el dolor casi me
impide hacer las tareas cotidianas, me acecha el cansancio y me echa a la cama.
Se convierte cualquier actividad en una verdadera batalla entre el deber y el
dolor. Ya tengo 48 horas con esta crisis, y hoy, en medio de mi vigilia
matutina decidí, no más, no lo difiero más, a escribir para ver si así descubro
la fuente de tanto dolor corporal. Eso de despertarme varias veces en la
madrugada, de estar levantada antes de las 5 am sin que tenga que hacer nada, y
tratar, ahí, en la cama, de orar, de darle respuesta a las posibles causas, que
va, no me funciona, sólo logro divagar en cosas que me maltratan, en tareas
pendientes, y los fantasmas de mis temores comienzan a tomar forma, y ahí, de
verdad viene el desvelo. Y el dolor lejos de aplacarse, crispa los músculos de
la espalda y la cadera.
Decidir por lo más sano, por lo más conveniente, por
lo que te puede de veras aliviar, no es la decisión primera, ni la más sencilla
de tomar. ¿Qué locura es esa? La misma que me ha traído hasta aquí, el mismo
conjunto de postergaciones insanas que me han llevado a esta encrucijada: le
presto atención a este cuerpo que grita o permito que se apodere de mí el caos
y el sufrimiento. La sufrida, la que si no tiene motivos propios por los que sufrir
toma prestado para sí los dolores ajenos, y cree que llena de empatía llora por
ellos y no sabe que llora por sí misma, por sus dolores ocultos e inconfesados,
por esos que ni sabe que le duelen, que la llevan al llanto con facilidad y
llena sus oraciones de porqués, y de: ¡Te ofrezco este dolor Señor, pero
quítamelo si es tu voluntad! Claro que el Señor agradece mi ofrecimiento, pero
probablemente desee más mi libertad, que me deshaga de esas ataduras creadas
desde la infancia y que luego crecieron y florecieron en mi fuero interior. Él
seguramente desea que tenga un papel más protagónico en mi vida, que no sean
los otros quienes determinen la forma en cómo me relaciono con Él, con el mundo
y conmigo misma. La verdad nos hará libres, pero no lo hará sin mi
consentimiento, sin que vea a qué o a quiénes estoy atada de forma insana. Se
esboza una sonrisa en mi rostro, hacia allá deseo caminar. ¡Gracias por
conducirme hacia la libertad Señor, gracias!
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