Agosto 11
¿Liebre
o lobos: detrás de quién corres?
A mi hijo
Ahora que, desde ayer, se hizo público este blog tengo
mucha emoción y ansiedad, no sé qué esperar, no he podido escribir ni una línea
más y quisiera decirle a todos: ¿Has leído A diario me pregunto? ¿Qué te pareció?
Me muero de la curiosidad, y ésta no la puedo matar en mi propia casa, creo que
ellos se contentan, y me han leído porque los invito a hacerlo (me han dicho
que les gusta, que qué bueno), quizás es mucho pedirles que se alegren al verse
allí retratados al desnudo o de que yo me desnude públicamente. No tengo idea
de lo que esto pueda significar para ellos, ni de las consecuencias que este
diario tendrá en nuestras vidas, pero lo que sí sé es que aquí todavía se tiene
la mala costumbre de callar y de no hablar de lo que incomoda, de creer que
se-da-por-sobreentendido, de no aclarar, ni hablar demás.
Abro el blog, lo veo
bello (modestia aparte), y le consigo detallitos a los textos y los
actualizo, pero me palpita el corazón porque no tengo idea de para dónde irá
este proyecto, y además que no lo puedo compartir abiertamente con todo el
mundo. A casi nadie le puedo decir: disculpa, te dejo porque me voy a escribir
en mi blog, creo que me caerían a preguntas que no estoy dispuesta a contestar jaja.
Y ante la típica pregunta: ¿y qué estás haciendo en tu jubilación? Tampoco puedo decirle a todos que-estoy-escribiendo; y a quienes se lo digo me dicen: ¿y sobre
qué? ¿Y qué más estás haciendo? Escribiendo, nunca es suficiente para la gente esa respuesta (suspiro)
En estos días mi hijo me increpó: - Mamá, puedes
ganar en dólares haciendo esto y aquello, mamá hay que preocuparse por el
futuro, porque esta situación está muy difícil, uno-nunca-sabe… y yo le dije
que sí, que si se daba la oportunidad lo haría. Pero que no estaba dispuesta a dejar
de escribir, ni de hacer terapia, ni de conseguirme a mí misma por andar buscando
una recompensa vana. Una recompensa hacia la cual corrí durante buena parte de
mi vida; que yo entendía lo que significaba tener 25 años en las condiciones en las que está el país; pero que yo tenía 52, y que ya lo habíamos criado y llevado hasta
hacerse de una profesión, que ya teníamos casa y carro, y no había muchacho
chiquito a quien levantar, y que por eso no iba a lanzarme a correr tras la
liebre, que no compraba más ese discurso, mi papá me lo vendió, y yo, a trocha y a mocha obtuve el más alto grado
universitario, hice la carrera hasta el último escalafón, con honores y demás ¿y?, aquí estoy, en medio de un país en
bancarrota moral y económica, limitada en ese crecimiento que le compré a mi
papá, de-esa-jubilación-tranquila, no, qué
va. No hijo, lo lamento, no puedo seguir corriendo tras la liebre que me
muestran afuera cuando los lobos están adentro aullando y jodiendo, queriéndome
devorar; no puedo seguir apostando sólo a ese tipo de desarrollo que me propones.
Ahora es tiempo de atender a lo que está adentro porque si esta situación va
apretar sólo a ese Dios que habita en mi interior puedo recurrir, y si cuando
afuera arrecie la cosa y no sepa cómo me siento adentro ¿con qué respondo? ¿Con
qué respondo si decides irte del país, con qué ante la muerte y la enfermedad
en medio de tanta precariedad? ¿En dónde puedo conseguir a Dios más que dentro
de mí? ¿Cómo le tiendo la mano a quien lo requiera? ¿De dónde saco las fuerzas en mi debilidad? No, no puedo seguir atendiendo
las voces de afuera por mucho que me guste complacerte, hoy con convicción te digo
NO, como sé que se lo diré a tu papi o a mi padre, o a cualquier otra persona de las que
quise complacer a toda costa, incluso a la mía propia.
Entonces hijo querido, hoy por vez primera, ante las
imperiosas y contradictorias exigencias tuyas te digo: -No, y lo hago con convicción,
porque al haber seguido esas voces de la autoridad externas me hicieron ponerle
capas a mi propio fuero interno, a mi propio yo, y cuando se requería de mi fortaleza
interior, y ustedes no estaban ahí para decirme qué decir o qué hacer lo que aparecía
era mi furia, una gran rabia porque no sabía lo que quería, no tenía a dónde recurrir.
Por eso he decido invertir en mí misma, he decido, como dice Henry Nouwen, buscar la voz interior del amor... y esa será la única herencia que, Dios mediante, te podré dejar.
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