Septiembre 14
¿Quién te dijo?
Esa mañana la encontré sudadita, su cara estaba pálida y en su mirada
había ese dejo de agitación propia de quien quiere dar más, saber más, apurarse
más y ya no puede más, y con sus labios acusaba a mi padre, era un manojo de
nervios y apenas eran las 11 de la mañana, y ya había evidentes signos de quien
no-da-más. Y yo me pregunto, y le
pregunto a mi madre: ¿Quién azota tu interior a tus casi 80 años de edad? ¿Quién te
susurra en el oído que nos has trabajado lo suficiente? ¿Quién te reclama no
tener las respuestas a todas sus preguntas o sus exigencias? ¿Quién te obliga a
seguir levantándote tempranito a preparar el desayuno y el almuerzo diarios y
no te da permiso de comer cualquier cosita preparada a la ligera o comprada en
el camino de regreso a casa a mediodía? ¿Quién te dice que no vales lo mismo
que tu esposo o tus hijos? ¿Quién te dice que no has sabido llevar tu negocio a
las nuevas leyes de la oferta y la demanda del siglo XXI? ¿Quién te dice que tú
no aprendes todo lo que él sí ha tenido tiempo y oportunidad de estudiar?
¿Quién que no puedes usar sus objetos ni manejar su carro ni tener acceso a
todo lo que ha atesorado durante años y años porque se-lo-puedes-dañar? ¿Quién
te convenció de que eres débil, de que sin él no te vales? ¿Quién te ha dijo
que no puedes tener tus propios sueños y que sólo puedes tener pesadillas o insomnio?
Ella sólo es una representante de muchas de nosotras (las de mi país,
las de mi familia), su rostro refleja cansancio, pero no derrota; ella es una
de las que aguanta callada (ya le quedan
pocas personas con quien quejarse); de quienes han cuidado de todos los
enfermos de la familia y han enterrado a sus hermanos uno a uno; de quienes han
cuidado a sus hijos enfermos y han evitado el contagio del marido, a él le ha
cuidado también sus sueños y sus proyectos, sus pertenencias, también ha
alimentado a su prole y ha atendido su negocio y se ha chupado sus fobias y sus
miedos… todo ellos son sólo signos de fortaleza, signos de que eres una mujer
muy fuerte y que sólo el espejo te devuelve una imagen distorsionada de ti
misma porque te miras con los lentes de quien no es capaz de verte tal cual eres,
de quien es ciego a muchos de tus derechos pero se obstina en reclamar los suyos
propios.
Hoy me pregunto: ¿cómo te quito todas esas vestiduras para verte mejor? ¿Cuáles
son los lentes que he de quitarme? ¿En qué óptica fabrican la dignidad para yo reconstruir
la tuya? ¿A qué voces he de prestar atención y a cuáles he de acallar en mi interior?
¿Cómo mostrarte lo mejor de ti? ¿Cómo desconectarte (en mi interior) del respirador
que es mi papá para ti? Quiero aprender de
nuevo a honrarte, a mirarte con los ojos de la verdad y no con los lentes de la minusvalía, con
los lentes que desde chiquita aprendí a mirar. Hoy le pido a Jesús que venga a nuestras vidas
y a nuestra relación, que se encargue de la opresión que siento en el centro de
mi pecho, que me perdone por todo el tiempo que te he juzgado tan fuerte, tan masculinamente, y que me permita ser paciente contigo y conmigo, y me regale su compasión.
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