¿Cómo te miro ahora?
Lo contrario al amor no es el odio, es el
miedo que te paraliza el alma y te aleja de Dios.
Al evocarte es inevitable
recordar el trastorno familiar que significaba una gripe tuya, un colon
irritado… Tu mal humor cubría la casa como una niebla que transformaba tu
rostro en una máscara de dolor, y el de mi madre en uno de enorme preocupación: sus ojos se achicaban y su frente se fruncía y
su cuerpo tenía una crispación como si acabara de despertarse de un mal sueño.
Ella se esmeraba por atenderle y quitarle la cara de asco, que
indefectiblemente iba acompañada por un quejido permanente. Al evocarlo me da
risa tanto drama en pareja y tanto público que lo acompañara jajaja. Su
malestar probablemente era consecuencia su tristeza, su rabia, su
desconsuelo… Esa rabia, ese malestar que
se me hizo tan familiar, tan presente y de la que me sentí culpable por tantos
años. -Su-papá-está-enfermo, tiene gripe,
decía mi mamá con cara de acontecimiento, y eso le daba más derecho a
expandir su pesada niebla gris, la que no nos dejaba mirarle con compasión y
ternura, para mí sólo era posible la culpa y el miedo, por no habernos comportado como
debíamos (nunca supe cómo era lo correcto, sólo sabía que lo hacíamos mal) y
eso también incluía a mi mamá, que se deshacía en atenciones que eran mal
recibidas.
Creo que él tampoco se
sabe amado, o se siente amado, “ese-niño-nació-bravo”, decía mi abuela, “lloraba sin cesar de día y de noche” por
eso le tuvimos que alejar de la casa, que lo atendiera la Chacha y le diera
leche e’burra porque todas las demás le daban cólicos. ¿Mi abuela lo cargó? ¿Lo
amamantó? ¿No-lo-hizo?, me pregunto con las manos en la cabeza, qué buena broma,
¿su mamá no lo cargó?
En ese afán de ser
contenido y consolado el niño, el llorón, el diferente a sus hermanos, creció,
quizás esperando otra cosa, conocer el amor, y lo buscó en el arte, su pasión, la
cual trastocó en deseos de inversión. Le ha exigido mucho a esa alma de
trovador. Ese espíritu bohemio aterrado por la miseria aprendió a confiar (si
acaso) en sus propias fuerzas, a desconfiar de todos los demás… incluso de
Dios, se guardó la vocación en los bolsillos y se propuso no sólo salir de la pobreza,
sino nunca más probar los sinsabores del desalojo y el desamparo.
Por eso cuento mi cuento
desde él, que me engendró y me crió, quien creyó que me amaba, aún cuando me
rechazaba cuando me enfermaba porque me creía una amenaza para su frágil salud (único
motivo para llamar la atención) y su enorme ego. Cuando no confió en mis
capacidades y me repitió que era un desastre y la más débil de sus hijos.
Cuando tuvo miedo de que creciera y fracasara, entonces me infundió su miedo
como una sombra que me impedía ver el soplo de vida, la luz que había dentro de
mí. Que me castigó por ser mujer, las que no aman y pecan, las que siempre
tienen la culpa de sus dolores y malestares, quienes ni lo cuidan, ni lo
quieren, ni lo aman, ni lo cargan cuando llora recién nacido y es expulsado de
la casa materna para-que-lo-alimente-la-criada-con-leche-de-burra, -Callen a ese niño… llévatelo Chacha, llévatelo de aquí para que se calle, y
los brazos de su madre no lo sostuvieron, no lo acunaron, no contuvieron su
dolor, su desconsuelo… ese que nunca ha cesado, no ha cesado de arderle el esófago y de
inflamarle el colon, o de envenenarle el hígado, … creció el niño sin los
brazos de su madre que le cargara, que le dijera shshsh no-pasa-nada-mi-amor, aquí estoy no pasa
nada.
-Ay!!! Pobrecito mi papá que
cuando murió mi abuela en vez de manifestar tristeza mostró rabia, se peleó con
sus hermanas y con Dios porque nunca pudo recuperar el amor de Doña Inés, la guerrera.
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