Julio 19
Hoy me ha resultado difícil sentarme a escribir,
temo descubrir cosas, a veces me pasma la claridad con que mi interior se
desborda mientras mis dedos aprietan las teclas y llenan de paticas negras esta
brillante pantalla blanca. El estómago tiene días hablando (ardor, acidez) y
los músculos piden a gritos que escriba para aflojar un poco la contractura.
¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que tanto me duele o me molesta? ¿Qué no aguantas
callar? ¿Puedes en realidad decir todo lo que sientes y piensas? Me dicen que
sí, siempre y cuando, lo haga asertivamente, está rudo, prefiero escribir
(jaja).
A veces con mi esposo me pasa así, creo que ustedes
ya lo conocen un poco: callado, racional, comedido, rutinario, a la tarea… E
irrumpo en su silencio desbordada, tratando de decirle que todavía me siento
sola, aún cuando los días transcurren y hacemos una cantidad de tareas juntos,
y cada vez nos va mejor, yo siento que me deja sola, que en sus decisiones internas
él se piensa solitario, e incluso, a veces se conforma sólo con responderse a
sí mismo y nada de comunicármelo, tengo que adivinar o empezarlo a interrogar,
y entonces me entero que tú pensabas invertir todo tu bono vacacional en el
pago de esa deuda… ya tú lo habías decidido, mas no me lo habías dicho y yo
quebrándome la cabeza, también sola, por mala y antigua maña.
En estos días, en una de esas conversaciones en las
cuales lo interpelo y le suelto un cómo-me-siento,
luego de un largo y difícil silencio me dijo: ¿por qué no me dices qué es lo
que hago bien? ¿Es que no te das cuenta de todo lo que hago?, y yo queriendo
responderle, me miró y me dijo: -¿por qué me interrumpes cuando sabes que me
cuesta tanto hablar? Entonces respiré profundo, y me callé. Y se confesó
conmigo, y me dijo: dentro de mí no hay certeza de por qué después de jubilado me
tengo que poner a correr y hacer cosas de las cuales sé muy poco para conseguir
una entrada extra, a veces me pregunto, por qué las estoy haciendo. En realidad
no estoy muy convencido todavía, aunque la realidad del país me ha obligado a
reaccionar, y no me queda otra que ceder a hacerlo; pero en mi interior
quisiera todavía leer, estar en calma y contemplar, y ahora tengo que moverme
rápido y eso no me gusta, por eso sientes que me tienes que mandar u ocuparte
de cosas en las que no quiero pensar. A muy bonito, o sea, que aún cuando
estamos juntos en la acción sigo sola en la motivación. Entones me toca ¿pensar
en los menús, cocinar y sacar cuentas, y además, no tener un socio sino un
empleado profundamente fastidiado con su oficio? Visto así no es igual que lo
que se ve por fuera, las apariencias… De nosotros se ve tu carácter apacible y
tu andar tranquilo, de mi la bulla y lo acelerado del paso, del pensamiento,
voy como anunciando mi caminar por las calles, y en este mundo de varones, la
mayoría de ellos piensan, sienten y callan, y tampoco quieren oírme hablar, ni
moverles el barro que está pegado en el fondo del tanque, calladita-te-ves-más-bonita, diría Skipper, ese filósofo
contemporáneo de los pingüinos de Madagascar.
¿Cuál es el precio de mi silencio? ¿Cuántas palabras
no se ha enredado en mis músculos hasta convertirse en calambres de madrugada?
A esa hora, justo a las 3 am, cuando el inconsciente sí se anima a hablar y a
soltar todo lo que la boca calla o por generaciones ha callado. Ahí está el
precio de mi silencio, músculos a los que se les olvidó hablar en libertad y
sólo refieren dolor, gargantas con tiroides achicharradas por la inflamación y
el bombardeo de mis propios anticuerpos, ¿qué deseo matar en mí? ¿Qué de mí no
acepto ni reconozco como apropiado que lo quiero aniquilar? ¿Por qué me oprimes
el omoplato, por qué el dolor en todo el centro de mi columna vertebral? ¿Por
qué te compadeces de todos las ficciones que lees y no te animas a leer mi cuerpo y compadecerte de
mi dolor? ¿Por qué te interpelo, por qué?
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