Septiembre 22
¿Recalculando?
El brazo de Dios te alcanza incluso cuando estás en la sima.
Anoche me tocó ver una performance de lo
que muchas veces he hecho en mi vida, no cabía en mi asombro. Solía lanzarme, cual
el boxeador de la representación, a echarme golpes con la gente (con algunos en
particular), una y otra vez hasta agotarme, hasta desgastarme por falta de
estrategia o de claridad. Había mucho ruido en mi cabeza y en mi corazón, y
tontamente luchaba contra el mismo oponente utilizando siempre la misma y
fallida táctica; entonces la derrota y la frustración eran inminentes, y con ellas
llegaban la rabia, la furia. No era posible detenerme a escuchar, ni siquiera a
Dios, ni dejarme guiar o dirigir más que
por mi ego herido o mis creencias. Así iba por la vida echando pa’lante a brazo
partido hasta quedar exangüe (siempre quise utilizar esa palabra), casi desfallecida. ¿Cómo escuchar otro punto de
vista? ¿Cómo desmontar el parapeto que se había creado para que respondiera a
lo preestablecido para las mujeres de mi generación? ¿Cómo no se cumplirían los
más primarios temores de mi padre de que me
convirtiera en una perdida? ¿Cómo? Luchando decididamente, no había de
otra, y con mis propias fuerzas y a pesar de mí, nadie más me podía ayudar, ni Dios
porque Él sólo aparecía como la fórmula del líbrame-del-mal-amén,
pero no como una certeza de que sí estaría conmigo en la hora de la prueba y
que me amaría a pesar de mi bajeza, todo lo contrario, era indigna del amor de Dios. A la mejor usanza de los Fariseos, las pruebas
llegarían por mi mala conducta, por mis malas decisiones, o quizás, por mi mala
índole, eso creía hasta hace poco. Entonces, ¿qué me toca hacer con toda esa
basura? Como todo lo que se reconoce como inservible, cuando revisamos nuestro
closet, desecharlo, no sin antes revisarlo detenidamente, examinarlo, por eso
de que uno no se despega tan fácilmente de los hábitos o de las cosas, incluso
de lo más dañino e inútil es difícil prescindir.
En ese andar, el brazo de Dios se tendió hasta
mí, y comencé a decirle que sí, sin todavía conocerlo, y mis súplicas desde el
barro fueron escuchadas. Él alargó su brazo y me permitió ver a sus enviados, me
envió a sus ángeles para enseñarme a volar, mejor dicho, para que aprendiera a volar.
¿Qué me está regalando Dios con este nuevo amanecer? Me regala la posibilidad
de ajustar mi GPS, y de recalcular para que Él siga siendo el satélite con el que
se conecta mi señal, me obsequia su Palabra que ilumina y me sorprende en boca de mis hermanos, una nueva oración, y hoy, se lo quiero agradecer.
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