lunes, 28 de septiembre de 2015

¿Qué me pides hoy?


Septiembre 27

¿Qué me pides hoy?


Hoy escucho tu palabra y me hablas Señor, y me dices: Corta tu mano, tu pie o saca tu ojo si éstos son motivo de pecado, hazlo antes de que te impidan entrar al reino de los cielos. ¿Y esto qué significa? Por supuesto esto es simbólico: la mano son mis acciones, el pie mis opciones, el camino que decido o no recorrer, cómo y con quien; el ojo es la capacidad de comprensión y de juicio que todos tenemos. Según Jesús, el pecado es tan grave porque me encierra dentro de mí, y no me deja salir, ni amar, ni entregarme a los demás. Mis acciones, opciones y juicios me pueden acercar al amor de Dios o me pueden esclavizar al egoísmo. ¿En qué medida mis acciones, opciones y juicios me alejan o acerca al Amor de Dios?1

Me hago esa pregunta, me rasco la cabeza, miro al cielo, trato de orar sin reprocharme y suspiro porque no sé hacerlo, no sé dejar de hablar. Cualquier palabra que saliera de mi interior tenía olor a reproche, a culpa y dedo acusador. Todo apuntaba de nuevo a mis fallos, y hacia lo-que-todavía-necesito-cambiar. Resulta que hoy amanecí un poco atravesada y con ganas de tirar la toalla, mi discurso mental sonaba más o menos así: ya no más, para qué más cambios y más vainas nuevas, ya-no-más-pistoladas que sólo aumentan mi frustración y el nivel de oposición y resistencia de quienes convives, ¿para qué? Hoy no era capaz de ver que las cosas han ido cambiando y pueden seguir marchando, no a mi modo, ni a mi manera, pero que sí se han sucedido cambios que necesito ver y felicitarme por mi participación en ellos, aunque hay otros aspectos de mí que todavía persisten y permanecen igualitos. ¿Cómo tener compasión con los demás si eres tan dura contigo? ¿Cómo tenerla?

Y Dios, con sus vainas, después de la eucaristía de esta mañana me mandó una señora, casi desconocida, que se acercó hasta donde estaba y empezó a echarme su cuento, y me dijo: -Mire, en estos días yo casi me muero, tuve una crisis hipertensiva porque ya no tenía medicamentos -Ud.-sabe-que-está-difícil-la-cosa- y me llevaron para 3 emergencias y naaaaada, hasta que lograron hablar con mi cardiólogo y se me había bajado la tensión y me consiguió las pastillitas y me las dio, no me morí porque Dios no lo quería ni ese día ni en ese lugar. Y yo después de eso entendí –mire- todo esto hay que tomárselo con calma (incluso el servicio), sin tantas preocupaciones y sin prisa, yo sólo asentía y la miraba estupefacta, ante la respuesta a mis oraciones de hoy. Al final me dijo: que Dios la bendiga.


Lo más difícil de la comunicación para mí es callar y escuchar, lo más difícil es no salir corriendo a querer hacer, actuar, cambiar… eso, eso es, no son cambios drásticos, ni violentos, ni dramáticos, son pequeños cambios, casi imperceptibles a los que hay que estar atentos, para los que hay que hacer silencio y querer escuchar los pequeñitos pasos que damos hacia Dios, el modo susurrante y dulce en que a veces nos habla, y mi propio ruido interior, mis propias exigencias no me lo permiten escuchar. Esta noche te vuelvo a preguntar: ¿Qué quieres de mí Señor? ¿Qué me pides hoy? 


No hay comentarios:

Publicar un comentario