viernes, 18 de septiembre de 2015

¿Quién te dijo?



Septiembre 14
¿Quién te dijo?
     Esa mañana la encontré sudadita, su cara estaba pálida y en su mirada había ese dejo de agitación propia de quien quiere dar más, saber más, apurarse más y ya no puede más, y con sus labios acusaba a mi padre, era un manojo de nervios y apenas eran las 11 de la mañana, y ya había evidentes signos de quien no-da-más. Y yo me pregunto, y le pregunto a mi madre: ¿Quién azota tu interior a tus casi 80 años de edad? ¿Quién te susurra en el oído que nos has trabajado lo suficiente? ¿Quién te reclama no tener las respuestas a todas sus preguntas o sus exigencias? ¿Quién te obliga a seguir levantándote tempranito a preparar el desayuno y el almuerzo diarios y no te da permiso de comer cualquier cosita preparada a la ligera o comprada en el camino de regreso a casa a mediodía? ¿Quién te dice que no vales lo mismo que tu esposo o tus hijos? ¿Quién te dice que no has sabido llevar tu negocio a las nuevas leyes de la oferta y la demanda del siglo XXI? ¿Quién te dice que tú no aprendes todo lo que él sí ha tenido tiempo y oportunidad de estudiar? ¿Quién que no puedes usar sus objetos ni manejar su carro ni tener acceso a todo lo que ha atesorado durante años y años porque se-lo-puedes-dañar? ¿Quién te convenció de que eres débil, de que sin él no te vales? ¿Quién te ha dijo que no puedes tener tus propios sueños y que sólo puedes tener pesadillas o insomnio?
     Ella sólo es una representante de muchas de nosotras (las de mi país, las de mi familia), su rostro refleja cansancio, pero no derrota; ella es una de las que aguanta callada (ya le quedan pocas personas con quien quejarse); de quienes han cuidado de todos los enfermos de la familia y han enterrado a sus hermanos uno a uno; de quienes han cuidado a sus hijos enfermos y han evitado el contagio del marido, a él le ha cuidado también sus sueños y sus proyectos, sus pertenencias, también ha alimentado a su prole y ha atendido su negocio y se ha chupado sus fobias y sus miedos… todo ellos son sólo signos de fortaleza, signos de que eres una mujer muy fuerte y que sólo el espejo te devuelve una imagen distorsionada de ti misma porque te miras con los lentes de quien no es capaz de verte tal cual eres, de quien es ciego a muchos de tus derechos pero se obstina en reclamar los suyos propios.
     Hoy me pregunto: ¿cómo te quito todas esas vestiduras para verte mejor? ¿Cuáles son los lentes que he de quitarme? ¿En qué óptica fabrican la dignidad para yo reconstruir la tuya? ¿A qué voces he de prestar atención y a cuáles he de acallar en mi interior? ¿Cómo mostrarte lo mejor de ti? ¿Cómo desconectarte (en mi interior) del respirador que es mi papá para ti?  Quiero aprender de nuevo a honrarte, a mirarte con los ojos de la verdad y no con los lentes de la minusvalía, con los lentes que desde chiquita aprendí a mirar. Hoy le pido a Jesús que venga a nuestras vidas y a nuestra relación, que se encargue de la opresión que siento en el centro de mi pecho, que me perdone por todo el tiempo que te he juzgado tan fuerte, tan masculinamente, y que me permita ser paciente contigo y conmigo, y me regale su compasión.

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