miércoles, 30 de septiembre de 2015

¿Cómo te miro ahora?

Septiembre 29

¿Cómo te miro ahora?
Lo contrario al amor no es el odio, es el miedo que te paraliza el alma y te aleja de Dios.

Al evocarte es inevitable recordar el trastorno familiar que significaba una gripe tuya, un colon irritado… Tu mal humor cubría la casa como una niebla que transformaba tu rostro en una máscara de dolor, y el de mi madre en uno de enorme preocupación: sus ojos se achicaban y su frente se fruncía y su cuerpo tenía una crispación como si acabara de despertarse de un mal sueño. Ella se esmeraba por atenderle y quitarle la cara de asco, que indefectiblemente iba acompañada por un quejido permanente. Al evocarlo me da risa tanto drama en pareja y tanto público que lo acompañara jajaja. Su malestar probablemente era consecuencia su tristeza, su rabia, su desconsuelo…  Esa rabia, ese malestar que se me hizo tan familiar, tan presente y de la que me sentí culpable por tantos años. -Su-papá-está-enfermo, tiene gripe, decía mi mamá con cara de acontecimiento, y eso le daba más derecho a expandir su pesada niebla gris, la que no nos dejaba mirarle con compasión y ternura, para mí sólo era posible la culpa y el miedo, por no habernos comportado como debíamos (nunca supe cómo era lo correcto, sólo sabía que lo hacíamos mal) y eso también incluía a mi mamá, que se deshacía en atenciones que eran mal recibidas.

Creo que él tampoco se sabe amado, o se siente amado, “ese-niño-nació-bravo”, decía mi abuela, “lloraba sin cesar de día y de noche” por eso le tuvimos que alejar de la casa, que lo atendiera la Chacha y le diera leche e’burra porque todas las demás le daban cólicos. ¿Mi abuela lo cargó? ¿Lo amamantó? ¿No-lo-hizo?, me pregunto con las manos en la cabeza, qué buena broma, ¿su mamá no lo cargó?

En ese afán de ser contenido y consolado el niño, el llorón, el diferente a sus hermanos, creció, quizás esperando otra cosa, conocer el amor, y lo buscó en el arte, su pasión, la cual trastocó en deseos de inversión. Le ha exigido mucho a esa alma de trovador. Ese espíritu bohemio aterrado por la miseria aprendió a confiar (si acaso) en sus propias fuerzas, a desconfiar de todos los demás… incluso de Dios, se guardó la vocación en los bolsillos y se propuso no sólo salir de la pobreza, sino nunca más probar los sinsabores del desalojo y el desamparo.  


Por eso cuento mi cuento desde él, que me engendró y me crió, quien creyó que me amaba, aún cuando me rechazaba cuando me enfermaba porque me creía una amenaza para su frágil salud (único motivo para llamar la atención) y su enorme ego. Cuando no confió en mis capacidades y me repitió que era un desastre y la más débil de sus hijos. Cuando tuvo miedo de que creciera y fracasara, entonces me infundió su miedo como una sombra que me impedía ver el soplo de vida, la luz que había dentro de mí. Que me castigó por ser mujer, las que no aman y pecan, las que siempre tienen la culpa de sus dolores y malestares, quienes ni lo cuidan, ni lo quieren, ni lo aman, ni lo cargan cuando llora recién nacido y es expulsado de la casa materna para-que-lo-alimente-la-criada-con-leche-de-burra, -Callen a ese niño… llévatelo Chacha, llévatelo de aquí para que se calle, y los brazos de su madre no lo sostuvieron, no lo acunaron, no contuvieron su dolor, su desconsuelo… ese que nunca ha cesado, no ha cesado de arderle el esófago y de inflamarle el colon, o de envenenarle el hígado, … creció el niño sin los brazos de su madre que le cargara, que le dijera shshsh  no-pasa-nada-mi-amor, aquí estoy no pasa nada.

-Ay!!! Pobrecito mi papá que cuando murió mi abuela en vez de manifestar tristeza mostró rabia, se peleó con sus hermanas y con Dios porque nunca pudo recuperar el amor de Doña Inés, la guerrera.

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