miércoles, 23 de septiembre de 2015

¿Recalculando?


Septiembre 22
¿Recalculando?
El brazo de Dios te alcanza incluso cuando estás en la sima.
Anoche me tocó ver una performance de lo que muchas veces he hecho en mi vida, no cabía en mi asombro. Solía lanzarme, cual el boxeador de la representación, a echarme golpes con la gente (con algunos en particular), una y otra vez hasta agotarme, hasta desgastarme por falta de estrategia o de claridad. Había mucho ruido en mi cabeza y en mi corazón, y tontamente luchaba contra el mismo oponente utilizando siempre la misma y fallida táctica; entonces la derrota y la frustración eran inminentes, y con ellas llegaban la rabia, la furia. No era posible detenerme a escuchar, ni siquiera a Dios,  ni dejarme guiar o dirigir más que por mi ego herido o mis creencias. Así iba por la vida echando pa’lante a brazo partido hasta quedar exangüe (siempre quise utilizar esa palabra), casi desfallecida. ¿Cómo escuchar otro punto de vista? ¿Cómo desmontar el parapeto que se había creado para que respondiera a lo preestablecido para las mujeres de mi generación? ¿Cómo no se cumplirían los más primarios temores de mi padre de que me convirtiera en una perdida? ¿Cómo? Luchando decididamente, no había de otra, y con mis propias fuerzas y a pesar de mí, nadie más me podía ayudar, ni Dios porque Él sólo aparecía como la fórmula del líbrame-del-mal-amén, pero no como una certeza de que sí estaría conmigo en la hora de la prueba y que me amaría a pesar de mi bajeza, todo lo contrario, era indigna del amor de Dios. A la mejor usanza de los Fariseos, las pruebas llegarían por mi mala conducta, por mis malas decisiones, o quizás, por mi mala índole, eso creía hasta hace poco. Entonces, ¿qué me toca hacer con toda esa basura? Como todo lo que se reconoce como inservible, cuando revisamos nuestro closet, desecharlo, no sin antes revisarlo detenidamente, examinarlo, por eso de que uno no se despega tan fácilmente de los hábitos o de las cosas, incluso de lo más dañino e inútil es difícil prescindir.

         En ese andar, el brazo de Dios se tendió hasta mí, y comencé a decirle que sí, sin todavía conocerlo, y mis súplicas desde el barro fueron escuchadas. Él alargó su brazo y me permitió ver a sus enviados, me envió a sus ángeles para enseñarme a volar, mejor dicho, para que aprendiera a volar. ¿Qué me está regalando Dios con este nuevo amanecer? Me regala la posibilidad de ajustar mi GPS, y de recalcular para que Él siga siendo el satélite con el que se conecta mi señal, me obsequia su Palabra que ilumina y me sorprende en boca de mis hermanos,  una nueva oración, y hoy, se lo quiero agradecer.

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