viernes, 23 de octubre de 2015

Cocinar o escribir ¿es igual?



Octubre 22
Cocinar o escribir ¿es igual?



¡Qué horrible! No sé sobre qué escribir… estoy algo cansada físicamente y no quiero exigirme, a veces sentarme ante el teclado es un alivio, pero otras resulta todo un reto (suspiro). Para variar, hoy cuando cocinaba el almuerzo comencé a pensar sobre lo que quería escribir en el blog y saltaron las liebres por todas partes, se parecían a los conejitos que vomitaba aquel personaje de un cuento de Cortázar (Carta a una señorita en París, les recomiendo su lectura). A veces, mientras literalmente preparo la comida, en mi inquieta cabeza comienza a cocinarse un texto, surge una idea, algo para reflexionar o compartir crece junto a lo que guiso. Sumándose a los olores, a los aromas, a los saberes y a los sabores en mi cocina entran un montón de ideas, de personajes, de pronto ese pequeñísimo espacio del apartamento está inundado por mis abuelas, por mi mamá, mis amigas o mis tías que con sus recetas y sus legados han dejado huellas en mi comida y en mi corazón.
Yo no tenía idea de la cantidad de trucos y normas que hay en eso de hacer comida hasta que me tocó irle enseñando a mi esposito, quien ingresó al misterioso mundo de la cocina doméstica hace poco tiempo. De pronto me encuentro diciéndole: -Mira, antes de pelar un pepino se cortan ambos extremos y se frotan contra la parte blanca. Él  me mira un poco extrañado por el ritual y me pregunta: -¿Y eso para qué es? –Aaaah bueno… eso se hace para que no caiga pesado, y así puedas sacarle toda la lechita blanca, esa que cae mal, ¿ves?, y yo seguía diciéndole ... -Eso me lo enseñó la mamá de Rosita, ¿te acuerdas? ¿Aquella que trabajó conmigo en el liceo? Y así como ellas, entran y salen un montón de mujeres diariamente a nuestra minúscula cocina. Mi madre es una tácita y permanente presencia, ella fue quien me introdujo en la alquimia de lo que significa alimentar a la familia o a cualquiera que venga a tu casa. Mientras la veo entrar y salir de mis recetas, me contacto con sus mañas, sus sabores y los de mi abuela,… y a veces  Eligio, molesto por mi dictadura femenina y familiar suelta: -¡Eres-igualita-a-tu-mamá! (me causa gracia su reacción genealógica) Y tiene razón, porque ahí en la cocina, por lo menos en ésta, las mujeres de mi familia mandamos jajaja
Hoy recordé un hermosísimo libro de Rosa Montero llamado La Loca de la Casa, ese libro habla sobre la escritura lo que es y lo que significa para muchos escritores y escritoras, textualmente me lo devoré en un viaje en autobús al regreso de Caracas, un liberador octubre del año 2006. Al meter de nuevo mis narices en el libro comencé a sentir la misma pasión, la misma empatía por la vida algunos escritores y sus anécdotas con la escritura. Al leer lo que pasaba en su imaginación me sentí una de ellos y por eso hoy quiero escribirle a ella… a la llamada por Santa Teresa: la loca de la casa, a mi querida y maniática imaginación.
       Y ahí, en medio de todo eso estás tú y comienzas a jugar con algún tema o yo juego contigo a inventarnos mundos y hacernos ideas sobre la gente y las cosas que pasan a nuestro alrededor. Sin ella no habría podido construir mi torre de marfil cuando me sentí una doncella castigada y en apuros, tampoco me hubiese podido imaginar al príncipe y mi soñado rescate. Sin ti, querida imaginación, no hubiese podido inventarme los mil y un cuentos para no morir de vergüenza porque no me dejaban hacer o vestir lo-que-estaba-de-moda cuando era una adolescente. A ti te debo poder viajar, vivir, sentir y llorar junto con los personajes de los tantos libros o películas que disfruto y he disfrutado en mi vida. Juntas hemos construido y derribado reinados, juntas hemos cruzado temibles bosques oscuros en búsqueda de la luz, siempre me has acompañado, y aunque a veces he intentado encerrarte en una serie de preceptos cuadrados, sin permitirte volar, hoy juntas podemos hacerlo y seguir la pista de las migas de pan para llegar a la casa de la bruja sin permitir que su apariencia monstruosa nos amilane hasta recuperar la llama ardiente. Juntas seguiremos recorriendo los caminos de la escritura, sin grandes alardes, sin pasarelas ni alfombras rojas, ni siquiera noches de fiesta familiar. Total, la conquista es nuestra y sólo le pido a Dios que me permita verla, reconocerla y celebrarla.

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